El Regalo del Vacío y las Miles de Transformaciones del Alma Humana
- Tomás de la Fuente
- 9 ago
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 11 ago
Adicción a los Objetos
Los seres humanos -al menos la mayoría- estamos adictos a los objetos. Nos fascinamos con ellos. Nos gustan las luces del mundo, las imágenes que crea el pensamiento, las emociones nos seducen con sus sensaciones y sustancias químicas, nos fascinan los estímulos sensoriales, también los objetos físicos y los seres que están ahí fuera. Seguramente nos fascinan porque todas estas cosas son hermosas. Y son hermosas porque son reflejo del Gran Principio que todo lo crea.
Sin embargo, lo que en realidad anhelamos es el Gran Principio, que se encuentra en el lugar en donde todo comienza y todo termina, el lugar que conocemos antes de nacer y que podemos recordar al morir. También durante la vida podemos encontrar ese lugar, sin embargo, la mayoría de las veces no lo encontramos porque estamos demasiado ocupados deslumbrándonos y persiguiendo sus hermosas creaciones, objetos. También podemos vivir en un estado más doloroso cuando nos deslumbran algunas creaciones que son horribles, las que en su mayoría sólo son posibles gracias a la intervención humana.
¿Por qué nos fascinan los objetos?
En cada primer contacto con un nuevo objeto estamos abiertos y permeables al Gran Principio porque somos como niños inocentes frente a la nueva experiencia. Al relacionarnos con un nuevo objeto confundimos el éxtasis que se origina en nuestra apertura mientras nos relacionamos con el nuevo objeto y así confundimos al Gran Principio con el objeto. Como las dos cosas suceden al mismo tiempo, atribuímos las cualidades que emanan del Gran Principio, al objeto. Porque el Gran Principio es invisible, mientras que el objeto podemos percibirlo con nuestros sentidos.
Por ejemplo, la primera vez que nos enamoramos de alguien, estamos en contacto con dos cosas, con el Gran Principio y con esa persona. Al confundir al Gran Principio con la persona, desarrollamos adicción a ésta. Además de volvernos adictos ésa persona, muy posiblemente también acabaremos creyendo que dependemos de una relación amorosa, y nos volvemos además adictos al amor. Deliramos creyendo que necesitamos una relación para experimentar el ser. Así, podríamos pasar toda la vida anhelando una relación perfecta.
Desde este estado confundido, cuando volvemos la mirada hacia nosotros, vemos una negrura infinita y dolorosa. Toda la luz parece estar fuera y la oscuridad dentro. Creemos que la negrura sólo se llenará con ese objeto externo, ésa persona, y acabamos además creyendo que nuestro verdadero ser es una suerte de cuenco doliente que no tiene lo esencial dentro. Sólo el Gran Principio puede llenar de forma apropiada el cuenco. Lo que anhelamos es el Gran Principio pero lo hemos olvidado. Si intentas poner cualquier otra cosa dentro del cuenco éste se rompe y deforma -la deformidad es lo que llamamos ego.-
Podemos confundir toda clase de objetos con el Gran Principio. Por ejemplo, sientes nostalgia. Y en un primer momento la nostalgia, una experiencia nueva, la experimentas en total apertura, de modo que la nostalgia te parece sublime. Te vuelves adicto a la nostalgia y la buscas todo el tiempo. Por supuesto que tener adicción a la nostalgia va a complicar mucho las cosas, necesitarás tener cientos de historias llenas de nostalgia en tu vida para no perder la esperanza de encontrarte una y otra vez con ella, el objeto de tu deseo. Te esforzarás por vivir en la nostalgia. También puedes confundir al Gran Principio con un objeto físico. Te puedes fascinar con un auto, con tu ropa, con un viaje o un cuerpo.
La práctica espiritual nos ayuda a comprender que no se necesitan objetos para que el Gran Principio entre en nosotros. Sirve para comprender que el Gran principio siempre está aquí, independiente de si los objetos de nuestro deseo lo están y, que por cierto, siempre vienen y van. El Gran Principio nunca se va y nunca viene, es la fuerza que hace que las cosas puedan moverse, aparecer y desaparecer, ir y venir.
El Gran Principio
El Gran Principio es todo lo que no es.
Un pensamiento es algo, por lo tanto no es el Gran Principio. Tu respiración es algo, por lo tanto no es el Gran Principio. El tiempo es algo, por lo tanto no es el Gran Principio. Tu eres algo, por lo tanto no eres el Gran Principio. Las personas a tu alrededor son algo, por lo tanto no son el Gran Principio.
Para “ver” o percibir el Gran principio hay que enfocar la atención en eso que no es. Aunque por supuesto, no hay nada que “ver”, pues si pudieras “ver” algo, eso sería un objeto y no el Gran Principio. Y esto hace que el asunto sea algo intrincado. Se trata de aprender a mirar hacia donde no hay imágenes, oír lo que no hace sonido y sentir lo que no se puede tocar.
La dificultad radica en que nuestra atención está entrenada sólo para ver y percibir objetos. Es como si espiritualmente fuésemos ciegos, sólo podemos ver oobjetos y no podemos ver al Gran Principio. Aún no se han desarrollado todos los sentidos que tenemos.
La buena noticia es que esta incapacidad es sólo un condicionamiento, no estamos atados a él. Los condicionamientos son el modo en que el cerebro funciona por defecto, el software del sistema nervioso y afortunadamente es reprogramable; se puede instalar actualizaciones. Un condicionamiento sólo está ahí mientras decidimos usarlo; es una elección que hacemos y tenemos libertad para elegir otra cosa.
Cuando aprendes a “mirar” o percibir el Gran Principio, se siente parecido a abstenerse de consumir una droga a la que te has habituado. ¿Alguna vez has intentado resistir el impulso a consumir el objeto de tu adicción? Es difícil sobreponerse al síndrome de abstinencia. Así se siente al comienzo intentar mirar hacia el Gran Principio. Requiere de cierta renuncia y voluntad. Pero después, con un poco de práctica, que podrían ser algunos minutos o algunos años -todo dependerá de la severidad de tu adicción y de cuánta consciencia tengas del sufrimiento que te ella te causa ya que esto puede darte la motivación suficiente-, podrás sostener la atención en lo que no es. Poco a poco descubrirás que no necesitas consumir objetos -pensamientos, emociones, impresiones, sensaciones, relaciones, aventuras, drogas, pantallas, o lo que sea- porque verás que eso que no es, está completo, y cuando lo miras te conviertes en eso. Te vuelves completo si lo miras. Porque nos convertimos en aquello a lo que prestamos atención. Y sentirse completo es mucho mejor que consumir objetos. Te calmas y te sientes más vivo. Porque el Gran Principio crea vida como mil estrellas brillando al mismo tiempo.
Me gusta decir que sólo es posible terminar con una adicción encontrando algo que nos haga sentir mejor aún. Se puede.
Las Adicciones y la Fase de Gusano
Adicción es intentar llenarte consumiendo algo que no necesitas y que está fuera de tí. Si crees que te llenará comprender cosas, entonces intentas comprenderlo todo. Si crees que te llenará conseguir amor de otros, entonces buscas amores -seduciendo, complaciendo, o cualquier forma que imaginemos que conseguirá arrancar ese néctar que crees que te hace falta de algún otro ser-. Si crees que te llenará tener dinero, enfocas toda tu atención en conseguirlo.

En esta fase somos como gusanos que avanzan comiendo todo lo que hay a su paso, comemos y comemos para seguir comiendo, insaciables. Somos una boca voraz que sólo sabe tragar objetos. Da igual qué objeto, siempre y cuando lo puedas tragar. Y todos los objetos se pueden tragar, o al menos, todos sirven para ejercitar nuestra mordida hambrienta.
Pero como los objetos no son el Gran Principio, porque el Gran Principio es lo que no es y no un objeto, nunca nos sentimos satisfechos. De modo que no importa si nos dan o no nos dan amor, de todos modos sufrimos porque no tenemos suficiente. No importa si tienes o no tienes dinero, sufres porque no tienes suficiente. No importa si entiendes todo o no entiendes nada, sufres porque no entiendes lo suficiente. Lo único que el alma anhela y que podría calmarla es el Gran Principio. La adicción es creer que otra cosa diferente al Gran Principio podría llenarte.
La adicción es consecuencia de un error de la percepción, hemos malinterpretado las cosas. La palabra pecado quiere decir “errar”. El error consiste en idolatrar eso que no es el Gran Principio. No es que sea malo estar equivocado y que merezcamos un castigo por ello, como nos han hecho creer algunas malas traducciones de las enseñanzas espirituales. Nuestros errores nos hacen sufrir y es el sufrimiento lo que nos permite comprender cómo corregirlos. No es un castigo, es uno de los medios principales a través de los cuales el alma en fase de gusano puede aprender, crecer y ver las cosas como realmente son.
En esta fase eres dependiente de todo; dependes del clima, dependes de la mirada de los otros, dependes de las fluctuaciones del mercado, dependes de lo que comes y hasta dependes de ser dependiente. Y ya que tener o no tener los objetos que deseas es algo que está fuera de tu control, vives en estado de ansiedad crónica. No puedes controlar el clima, ni el mercado, ni el amor de los otros. No tienes el control de nada. No puedes tener la seguridad de que tendrás lo que crees que necesitas. Te sientes desamparado. La ansiedad te lleva a esforzarte y a forzarte dolorosamente a perseguir esos objetos que crees que te darán lo que quieres, o bien te atoras en la frustración, el odio y la depresión porque crees que no puedes tenerlos.
Esto es la adicción.
Esto es el sufrimiento humano.
Sólo los seres humanos podemos sufrir de este modo.
Somos seres bastante singulares.
La Adicción se Cura Perdiendo la Esperanza
Mientras creas que algún objeto externo puede darte lo que quieres, vivirás en una polaridad que no tiene solución. Cuando tienes esperanza de que podrás llenarte, te sientes maníacamente alegre, optimista, fanático y voluntarioso; todas estas emociones son formas de aferrarse al proyecto de conseguir el objeto de deseo. Y cuando el objeto de tu deseo parece alejarse de tu boca, entras en la frustración y el desamparo, lo cual te llena de sentimientos de injusticia, victimismo y resentimiento depresivo; sientes que tú tienes la culpa, o culpas a alguien.
Esto es el samsara, el ciclo eterno de sufrimiento.
Paradójicamente, aprendemos a dejar de buscar objetos cuando tenemos suficiente éxito en consumirlos todas las veces posibles hasta descubrir que no nos satisfacen. Si crees que te va a llenar el amor de un amante, necesitarás 108 amantes para darte cuenta que su amor no te sacia. Si crees que te va a llenar el dinero, necesitas 108 millones de dólares para darte cuenta que su valor no te añade valor ni te da seguridad. Si crees que ser el mejor te colmará con la admiración de los demás, necesitarás 108 veces ser reconocido como el mejor para comprender que aún así te sientes vacío.
Si no tienes éxito en tragar suficiente de eso que ilusamente crees que necesitas, te quedas apegado a la fantasía de lo maravilloso que sería tenerlo: Necesitas tener una prueba concreta y experiencial de que es inútil llenarte de objetos. No es suficiente saberlo intelectualmente. Se hace muy difícil que puedas creer que eso no lo necesitas hasta que lo tienes y descubres que no es más que polvo entre tus dedos. Quizás existan algunos seres notables que puedan darse cuenta de la ilusión sin tener que pasar por 108 ciclos de decepciones. Pero creo que la mayoría no podemos, no tenemos tanto talento. Hace muy bien asumirlo, quizás nos evita algunas vueltas innecesarias, sobre todo nos evita un poco orgullo y vanidad, que tanto tiempo nos hacen perder.
De Gusano a Criśálida
Es de ayuda tener éxito.
El gusano necesita ganar hasta descubrir que ganar no sirve de nada. Esto es a lo que en psicología se llama tener un ego sano o maduro: Un ego que es capaz de conseguir lo que quiere. Un ego sano es el que si quiere dinero, sabe cómo conseguirlo, por sus propios medios, no necesita mendigar. Si cree que necesitas amor, un ego sano ha desarrollado la capacidad de relacionarse lo suficientemente bien con otros para tener vínculos sanos, y así sucesivamente. Gran parte de la psicoterapia sirve para esto; para que tengas un ego sano, un ego que no se da por vencido hasta aprender a actuar y ser capaz de conseguir los objetos que cree que necesita.
Una vez que el ego está sano y se ha saciado 108 veces, se da cuenta que sigue vacío, lo cual le resulta extremadamente desconcertante -todas sus ilusiones se derrumban y no puede seguir negando que sus esfuerzos son en vano-. En este punto el gusano podría entrar en fase de crisálida o bien evitar darse por enterado, encontrar otro objeto de deseo y esperanza -otra relación, otra religión, otro sistema de creencias, ropa más bonita o lo que sea- y prolongar un poco más su fase de gusano.
Una vez escuché decir a alguien que cuando el ego está maduro, los Dioses se lo pueden comer. Si decide darse por enterado, entra en la siguiente fase. Pero este es un momento que es la antítesis de la gloria y el triunfo, por el contrario; en este punto parece que toda la vida ha perdido su atractivo y todos los esfuerzos fracasaron. El gusano, justo antes de ser crisálida siente que nada en el mundo jamás volverá a darle ninguna satisfacción. Si has llegado hasta aquí es posible incluso que no tengas más ganas de vivir, pero tampoco quieras morir, sólo sientes que nada tiene sentido. Ya no quieres hacer nada más.
Tu alma tiene el recuerdo de haber estado en contacto con el Gran Principio, pero habiendo renunciado a todos los objetos y sin haber descubierto todavía que lo que anhela es el Gran Principio, cree que nada en el universo podrá consolarla. Esto es muy desalentador.
De modo que la crisálida es el estado en que el ego ha dejado de ser un gusano que quiere tragarlo todo, pero que no puede alimentarse todavía porque está en proceso de desarrollar un nuevo sistema digestivo que le permita orientarse hacia el Gran Principio. A veces se le ha llamado la noche oscura del alma al estado de crisálida.
La Mariposa
Cuando el ego deja de buscar entonces se hunde.
Al fin se hunde.
Antes que el ego alcance la total y bendita desesperanza existencial, sufre del delirio que esforzándose más conseguirá llenarse. Es como un nadador en medio del océano agitando sus brazos para no hundirse y lucha incesantemente porque no sabe que bajo el agua también es posible respirar. Flotar en la superficie es el equivalente a ser un gusano que quiere tragar todo. Así vivimos la vida, siempre estamos HACIENDO algo para no hundirnos en la desesperanza de modo que nunca podemos quedarnos quietos.
La crisálida en cambio ha dejado de agitar los brazos, ha aceptado que no tiene más alternativa que hundirse. Se ha rendido en su espacio oscuro y ve que no hay más alternativa que estar quieta. La futilidad de llenarse la boca le ha golpeado como una pared de ladrillos en el rostro.
La crisálida es como una semilla enterrada bajo la tierra oscura, y permanece completamente quieta, permitiendo que la sabiduría de los elementos hagan con ella lo que son capaces de hacer. La quietud permitirá que despierten nuevos sentidos que sólo pueden germinar en la ausencia total de movimiento. Ahora comenzará a ser posible dejar de vivir en la superficie del océano persiguiendo sus olas.
Y comienza el descenso.
Poco a poco todo se detiene. El pensamiento se detiene. El deseo de salvarse se detiene. El sentimiento se detiene. El cuerpo se detiene. La ansiedad se detiene. Todos los planes se detienen. La existencia se detiene. Así, todos los objetos y la búsqueda de ellos se desvanece en el entendimiento de que más esfuerzos no traerán nada. y la crisálida se vuelve hacia si misma, hacia su propio centro..
Hasta que no hay nada.
Hasta que eres nada.
Hasta que descubres que en tu centro sólo hay nada.
Entonces despierta el ojo capaz de ver lo que no es.
Te ves.
Y te llenas de lo que no es.
Del espacio vacío que no es
algo diferente al Gran Principio.
El cuenco encuentra su contenido
y recupera su forma original.
Te llenas de espíritu.
El vacío se regala y recuerdas
tu rostro verdadero.
Sin hacer esfuerzo alguno, un día, descubres que eres mariposa. Del mismo modo en que la semilla un día germina sin hacer nada para lograrlo. Tienes alas y descubres que no están hechas para tragar nada, sirven al propósito de jugar, volar, compartir sus colores, no tienen más sentido que dar disfrute y expresar la danza de Ser.
Brillante y delicado.
Ya no necesitas,
no hay adicción.
Sólo Expresión.
Cada movimiento es
el Gran Principio jugando
entre tus alas.
Te compartes.
No hay otra cosa que hacer que Ser.
Comprendes al fin que
el Gran Principio es la fuente del Amor.
Porque en ti, eso que no es,
se regala para tu gozo y el de todos los seres.
Pero las Mariposas Sólo viven Pocos Días y También Deben Desaparecer
Por supuesto, este recorrido de gusano a crisálida y a mariposa debe suceder muchas veces hasta que la mariposa se vuelva transparente. Porque en los primeros ciclos en que te manifiestas como mariposa también cometes muchos errores. A estos errores podemos llamarles ego espiritual. El Ego espiritual es el error de la mariposa al confudirse a ella misma con el Gran Principio.
Orgullosa, la mariposa muestra sus colores y se deleita con los aplausos de los gusanos que maravillados le dicen que es un milagro. Se mira al espejo y dice “en efecto, soy el milagro, YO soy milagrosa, única y especial.” La mariposa delira, confundiéndose a sí misma con el Gran Principio, olvidando que ella misma no es más que otro objeto, igual que lo son los gusanos, que todos los objetos son manifestaciones del Gran Principio, y que todos eventualmente acabarán desapareciendo.
La vanidad de la mariposa la empuja, por ley cósmica a comienzar otro ciclo y encarna otra vez como gusano. Tendrá que atravesar 108 ciclos de desilusiones para volver a hundirse. Y necesitará ir de mariposa a gusano y de gusano a mariposa 108 veces hasta comprender que ella misma no es el Gran Principio, sino sólo su manifestación.
En este punto tan avanzado del camino no sé muy bien qué pasa con la mariposa. Imagino que tal vez, con cada vuelta de ciclo y pérdida progresiva de vanidad, se hace más transparente e invisible. Quizás elige convertirse en una especie de brisa tenue que crea con el batir de sus alas, y que los otros seres no pueden ver con sus sentidos sino sólo sentir dentro de si mismos. Hace esto para recordarles que ellos no son lo que creen que son y que no necesitan buscar fuera de sí mismos algo que los satisfaga.
Les susurra así desde dentro de ellos, poniéndo mucho cuidado en que no la vean, para respetuosamente intentar evitarles el traspié de confundirla a ella con el Gran Principio. Ya transparente, y sin un ápice de orgullo o vanidad, ha perdido todo interés en que la idolatren. No tiene interés en que la busquen a ella porque está completamente llena de espíritu, esta vez está mucho más interesada en que se busquen a ellos, para que encuentren su Espíritu, que no es otra cosa que el Gran Principio. Y así, la mariposa espera ser encontrada porque ahora ella y el Gran Principio se han convertido en lo mismo.
Seguramente en este punto la mariposa es amor puro, completamente transparente.

Por supuesto, los gusanos no la pueden escuchar porque la brisa sutil de sus alas sólo puede sentirse con sentidos que se desarrollan gracias a los ciclos de desilusiones y transformaciones. Deberán atravesar al menos 108 desilusiones para comenzar a sentirla. Y 108 ciclos de gusano a mariposa y de mariposa a gusano para convertirse en mariposas transparentes.
Todo el viaje de transformaciones es misterioso y hermoso; es otra manifestación del Gran Principio. Tal vez el Gran Principio está hecho de los aleteos de millares de hermosas mariposas transparentes que recorrieron el ciclo completo. Algo así como nuestros abuelos y abuelas que se han convertido en estrellas invisibles.
Es de ayuda entender que no hay apuro. Un maestro espiritual decía, “El crecimiento espiritual no puede apurarse”, pero quizás también con eso quería decir “El crecimiento espiritual no necesita ni debe apurarse.” Porque el Gran Principio no tiene apuro. El apuro es una cosa que puedes percibir y a la que te puedes apegar, no tiene nada que ver con el Gran Principio. Sólo se llega ahí sin apuro, sólo se llega ahí desvistiéndose de todo, poco a poco, con la fuerza de la convicción que llega después de mucha experiencia. De modo que no hay apuro. Vas bien, todo está bien.
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