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Despertar de la Consciencia y el Florecimiento del Corazón

Foto del escritorTomás de la Fuente

Destripando la Matrix: Desde la Mente a la Locura del Espíritu

Actualizado: 15 nov

Construímos historias delirantes con los cimientos de nuestros juicios

La ecuanimidad es una de las capacidades más importantes, asombrosas, paradójicas y a la vez profundas que desarrollamos con la práctica de meditación. En pocas palabras, consiste en la capacidad de permanecer sereno, en paz y en contacto con lo que estamos vivenciando, sin importar si nuestra experiencia es agradable o desagradable. La verdad es que lo que hace que sintamos algo como agradable o desagradable no es la experiencia en sí misma, sino el juicio que tenemos hacia ella, ya sea que se trate de dolores físicos, emociones “desagradables” o situaciones difíciles.

De hecho, se ha descubierto que las personas son más propensas a sufrir de dolor crónico mientras más juicios negativos tienen de sí mismas y de la vida. Y a nivel psicológico una parte muy importante de todo nuestro sufrimiento se debe a los juicios positivos o negativos que hacemos de nuestra propia experiencia. La vida está llena de tensiones y desafíos que resolver, sin embargo, estas situaciones, en sí mismas, no nos traen sufrimiento. Lo que realmente nos hace sufrir es el juicio que construímos de ellas y las curiosas y desafortunadas historias que elaboramos a partir de estos juicios.


Hipnotizamos a otros y a nosotros con problemas que no existen

Supongamos que perdemos nuestro trabajo. ¡Este es un problema que tiene solución! Si nos enfocamos en la tarea y hacemos lo que se requiere, tarde o temprano lo tendremos resuelto. Pero gracias a nuestros juicios podemos convertir este problema solucionable en una situación dolorosa, estresante y que además no tiene solución. Por ejemplo, después de perder el trabajo, pensamos “Esto es una desgracia, sin duda he perdido el trabajo porque soy un inútil. Lo hago todo mal. Llegaré a mi casa y mi mujer perderá el respeto por mí y dejará de amarme. Mi matrimonio se va a arruinar. Nadie va a querer dar trabajo a alguien tan estúpido como yo, qué difícil va a ser sin el apoyo de mi mujer. Por supuesto que no me va a apoyar, ¿quién querría apoyar a alguien como yo?”

Luego, llegamos a nuestra casa apesadumbrados y avergonzados, informamos a nuestra mujer que hemos perdido el trabajo y lo comunicamos usando los tonos de voz exactos y las sutilezas precisas en nuestras palabras y tonos de voz para convencerla -sin darnos cuenta- de que toda la historia psicológica que inventamos es real. Ya que nos sentimos avergonzados, logramos hacer que ella nos mire con desprecio y ella, finalmente con su lenguaje corporal y las sutilezas de sus palabras, nos da a entender que está de acuerdo con nosotros, mirándonos en consecuencia con decepción porque una vez más hemos vuelto a actuar estúpidamente, aún cuando en su actitud consciente esté intentando ayudarnos.

Nos vamos deprimidos y avergonzados a dormir, preguntándonos cómo diablos vamos a hacer para quitarnos la estupidez. Pasamos días y días deprimidos luchando contra nuestra estupidez -la cual no tiene solución porque en realidad no es real, es solo un juicio y una historia que hemos inventado acerca de nosotros, obviando todas las evidencias y hechos que demuestran que no somos estúpidos- y el resultado es que nos resulta muy difícil encontrar trabajo, porque nadie quiere contratar a alguien experto en convencer a los demás de que es estúpido.

Cuando distorsionamos las situaciones normales y comunes de la vida con juicios e historias elaboradas a partir de ellos, creamos problemas que no se pueden resolver, porque la única solución real es simplemente dejar de creer en estas historias. ¡Cómo va a ser posible solucionar nuestra estupidez si en primer lugar nunca la hemos tenido! Pero, no sabiendo cómo salir de la hipnosis en la que vivimos con nuestras propias historias, acabamos logrando hipnotizar a los otros y a todo el universo. Y ya que todos creen junto a nosotros estas historias y juicios, queda aparentemente demostrado que tienen sustancia real.

La ecuanimidad es una de las virtudes más poderosas que podemos cultivar con el arte de la meditación. Nos ayuda a vivir la vida sin convertir cada cosa en una historia delirante. De este modo nuestra mente se vuelve más funcional, más simple, y se enfoca mejor en su tarea en lugar de llenar nuestra vida de ruido y emociones estridentes -así como la vida de quienes nos rodean, por cierto-.

El Anciano, Sus Caballos y El Pueblo: La Ecuanimidad

Un hombre anciano vivía con su hijo en una granja y tenían siete caballos. Un día sus caballos se escaparon y no regresaron. La gente del pueblo fue a visitarlo y le dijo: “Qué desgracia más grande la tuya, tenías siete caballos y ya no tienes ninguno, ¿Qué ha pasado?, ¿cómo harás ahora para vivir sin tus caballos?” Y el anciano, muy sereno respondió, “Yo no sé si es bueno o es malo que se hayan ido los caballos, sólo sé que antes tenía siete caballos y que ahora no tengo ninguno”. La gente desconcertada se fue pensando, “pero cómo eso no va a ser malo, este viejo debe estar chiflado”.


Pasó el tiempo y los siete caballos volvieron un día con dos caballos salvajes que habían encontrado en el campo. Ahora el anciano tenía sus siete caballos más dos caballos salvajes. Otra vez las personas del pueblo, impresionadas, fueron a hablarle, “¡Qué sabio eres!, ¡Cuando perdiste tus caballos ya sabías que iban a llegar dos nuevos caballos y por eso es que decías que no era una desgracia haber perdido a tus caballos! Por favor, enśeñanos cómo lo haces.” Pero el anciano, muy sereno, les respondió del mismo modo, “Yo no sabía nada de los nuevos caballos, y además, no sé si es bueno o es malo que ahora yo tenga nueve caballos, lo único que sé es que antes no tenía ningún caballo y que ahora tengo nueve”. Las personas, desconcertadas otra vez se fueron pensando que el viejo tenía alguna clase de problema con su juicio de la realidad o que era un poco estúpido.

Tiempo después, su hijo comenzó a entrenar a los nuevos caballos y se quebró un pie. Otra vez la gente del pueblo vino a decirle, “Qué desgracia, ¿quién te va a ayudar ahora? Eres un viejo anciano, sin la ayuda de tu hijo estarás en problemas. Ojalá nunca hubieran llegado esos caballos salvajes, estabas mejor sin ellos.” Pero el viejo, nuevamente, respondió con serenidad, “Yo no sé si es bueno o es malo que mi hijo se haya quebrado un pie, sólo sé que antes tenía sus dos pies sanos y ahora tiene uno roto.” Las personas del pueblo, nuevamente desconcertadas se fueron pensando que la incapacidad del viejo para ver el problema podría deberse a una demencia.

Unas semanas después, el país en que vivían declaró guerra al país vecino y comenzaron a llamar a todos los jóvenes aptos a defender la frontera. Otra vez más las personas del pueblo fueron a hablar con el anciano y le dijeron “¡Eres increíble! ¿Cómo lo supiste? Tu hijo tiene su pie roto y no podrá ir a la guerra, ¡se ha salvado de morir, no lo vas a perder! ¡Sí que eres afortunado y sabio!” Y, una vez más el anciano respondió con serenidad, “Yo no sé si es bueno o es malo que mi hijo no vaya a la guerra, sólo sé que está lesionado de un pie y no va a la guerra.” Ya sabemos, por supuesto, qué cosas se fue la gente pensando del sabio anciano.

Nos ahogamos en las mareas que creamos

Lo que más activa a nuestras emociones “negativas y positivas” son nuestros juicios. Estos juicios son como el viento sobre el mar, agitan su superficie y pueden llegar a causar grandes marejadas. A las emociones y estados que surgen de los juicios me gusta llamarles emociones superficiales y “engañosas”, sin importar si parecen positivas o negativas.

Los juicios son la capa más superficial de la mente, la capa más distante del núcleo del ser. Son, por decirlo de alguna manera, distorsiones o mentiras que generan toda clase de estados hasta cierto punto innecesarios y falsos, en el sentido que que nos distraen y alejan de lo que realmente nos sucede y es realmente relevante. (Si deseas saber más sobre este asunto, puedes leer mi artículo “Las Capas del Ser”.)

Cada vez que experimentamos estados y emociones dolorosas y difíciles de tolerar, es debido a que creemos que alguno de los juicios que crea la mente es real. En esos momentos de tormenta no somos conscientes de los juicios y creencias que crean esas emociones y sentimientos tormentosos. Sólo vemos las olas, pero no el viento. La mayoría de las veces, para salir del embrollo basta con darnos cuenta de los juicios y luego notar que son sólo pensamientos y no la realidad. Así el viento se detiene poco a poco y la marea vuelve a estar en calma. Los juicios no son la realidad, son sólo un punto de vista, muy parcial y limitado de la realidad.

Una de las cosas que considero prioritarias durante una terapia, es ayudar a mis consultantes a “desarmar” esta primera capa de juicios. Lo considero prioritario porque el problema no es nunca eso que “nos pasa”, sino los juicios que tenemos sobre lo que sentimos, pensamos, los juicios que tenemos sobre nosotros, los demás y las situaciones.

Y cuando indagamos con mayor profundidad en las causas de nuestro sufrimiento descubrimos otro elemento que da forma a la tormenta. Detrás de todo juicio hay implícita la creencia de que nos va a pasar algo malo si nos sentimos como nos estamos sintiendo. Una de las principales causas del sufrimiento es que creemos que lo que nos pasa es malo. Esto genera una reacción de alerta y defensa que acaba distorsionando nuestra percepción. Finalmente, la consecuencia concreta es que esto nos dificulta enfrentar el problema real y realizar las acciones necesarias. En lugar de buscar un nuevo trabajo, nos enredamos en una discusión con nuestra mujer porque creemos que ella cree que somos estúpidos para acabar convenciéndola de nuestra idea. Y la búsqueda de trabajo… tendrá que esperar muchos días más.

Un ejemplo para ilustrar mejor: La tristeza puede sentirse como un oscuro pozo sin fondo si mientras la sentimos creemos que es muy malo sentirse así. Nuestra mente ha aprendido “está mal estar triste porque es peligroso, me hará daño, es un pozo en el que me voy a hundir y del que no podré salir más”. Pero si no hay juicio, la tristeza se experimenta como lo que realmente es: algo muy similar al cansancio, te dan ganas de ir hacia el piso, encontrar un nido cómodo y quedarte muy quieto hasta que te recuperas mientras entras en contacto con tu intimidad. Es muy reparadora la tristeza, sirve para soltar lo que necesitamos dejar ir, nos conecta con el centro de nuestro corazón y entregarnos a ese proceso regenera nuestras energías. Todas las emociones tienen funciones saludables y hacen mucho bien si no las distorsionamos con nuestros juicios.


Diferentes tipos de Juicios

Hay distintos tipos de juicios. En el ejemplo que acabo de dar tenemos un juicio del tipo “es bueno si es seguro, es malo si es peligroso”. Los juicios vinculados al miedo son siempre evaluaciones relacionadas con el grado de seguridad o peligrosidad de las cosas.

También hay juicios relacionados con el grado de corrección de algo. Podría ser que alguna situación ha generado enojo en ti, un enojo saludable y necesario, pero tus juicios no te permiten estar en contacto con tu emoción y no sólo sientes enojo, sino también una tremenda angustia porque juzgas que si estás sintiéndote así es porque eres una mala persona, en términos morales. Estos juicios se mueven en un eje en donde lo bueno y lo malo se juzgan desde un estándar moral. Este tipo de juicios nos llevan a sentir culpa porque creemos que somos moralmente malos y también ansiedad porque creemos que deberíamos ser castigados por nuestra supuesta maldad -y, la mayoría de las veces, la culpa nos lleva a castigarnos de modos que suelen ser inconscientes.-

Hay muchos otros tipos de juicios y cada polaridad creará diferentes estados emocionales dolorosos. Por ejemplo, feo/hermoso creará emociones de complacencia con nuestra imagen v/s vergüenza y asco hacia nosotros y los demás, digno/indigno, creará sentimientos de desvalorización o de orgullo inflado e injustificado, y así sucesivamente.

Las emociones en sí mismas no son incómodas y sirven para adaptarnos al mundo. Son movimientos llenos de sabiduría si no están interrumpidas y distorsionadas. Pero los juicios que hacemos de ellas las convierten en experiencias insoportables, las distorsionan y no nos permiten aprender y comprender el mensaje -saludable por cierto- que tienen para ofrecernos.

Quizás si durante la meditación que hicimos pudiste desprenderte de alguno de tus juicios, notaste que apenas te desprendes de ellos surge un estado de paz y serenidad. No es que dejes de sentir lo que sientes, si hay sensaciones incómodas, éstas siguen ahí, es sólo que al mismo tiempo puedes estar contigo en paz. Cuando el juicio cede, desaparece la fricción interna que nos hace querer escapar de lo que sentimos. Podemos estar con nosotros.


Los Juicios SON la Guerra

Nuestros juicios son rígidos y violentos jueces que constantemente evalúan todo, estableciendo que hay algo que es bueno v/s algo que es malo. Establecen una frontera entre dos cosas. Y después de establecer la frontera, ponen a las cosas que están de cada lado en contra una de la otra.

Hay fronteras naturales en la realidad pero lo que queda de cada lado no suele estar en conflicto. Nadie ha visto nunca al día peleándose con la noche, o al frío, iracundo, intentando destruir al calor. Los juicios, sin embargo, incitan a cada bando a destruir al otro.

Si decimos que algo es bueno y que lo contrario es malo, luego tendremos la actitud de intentar hacer que lo malo desaparezca para quedarnos sólo con lo bueno. Nos impiden darnos cuenta que en ambos lados hay cosas necesarias para la vida. Rompemos la realidad en dos y queremos eliminar una mitad completa de la existencia.

Por supuesto que para vivir es necesario hacer distinciones entre las cosas, por ejemplo, es necesario diferenciar el blanco del negro, lo amargo de lo dulce, lo peligroso de lo que no lo es, etc. Hasta aquí no hay problema. Esto nos permite saber, por ejemplo, que si un alimento tiene determinado sabor podría ser venenoso y así evitamos comerlo.

El verdadero problema no surge de la distinción entre lo bueno y lo malo, sino de la actitud de querer eliminar todo lo que juzgamos malo. Esta actitud nos hace vivir cargados de emociones negativas crónicas, desgastamos nuestra energía manteniendo la guardia demasiado alta, con miedo, con ira, con vergüenza, y toda la amplia gama de emociones que surgen de este deseo de eliminar la mitad de la realidad. Si he decidido, por ejemplo, que la tristeza es mala, entonces cada vez que me sienta así, no sólo sentiré tristeza, sino vergüenza, miedo, desesperación y angustia. Un agregado innecesario, por cierto.


¡Guerra hasta el infinito!

Ojalá el asunto sólo llegara hasta aquí.

La verdad es que nuestra belicosidad va mucho más lejos: Nos identificamos a nosotros con uno de los polos para poder decir “soy bueno”, y así sentirnos inocentes, superiores o mejores que los demás -y por lo tanto, seguros y a salvo-, mientras miramos con desdén y perseguimos eso que nos parece malo. Nos volvemos incapaces de notar la presencia del polo “malo” en nosotros, pero lo vemos en los demás y, en el mejor de los casos, los queremos corregir, en el peor, les hacemos la vida imposible por ser como son-. Necesitamos hacer esto porque estamos seguros que si no estamos del lado “bueno”, es porque estamos del lado malo y no queremos sufrir las consecuencias de estar ahí. Queremos sentirnos seguros, lo cual, por cierto, es una actitud muy sensata.

Pero aunque nos identifiquemos con el polo positivo, llegará el momento en que la vida nos hará habitar el lado malo y pensaremos con horror, “soy malo”. Nos sentiremos inferiores, culpables, nos perseguiremos, nos castigaremos y avergonzaremos de ser quienes somos. Creeremos que alguien allá afuera nos persigue y nos quiere castigar y que además lo merecemos. Creeremos, equivocadamente, que son los demás quienes nos juzgan y desean castigarnos. Pasamos de ser los perseguidores a ser los perseguidos, por nosotros mismos, creyendo que en realidad son los otros quienes lo hacen.

La verdad es que cuando estamos en el lado “malo” el único y verdadero perseguidor es el lado “bueno” que quiere eliminar al “malo”, que está dentro de nosotros y no ahí fuera. De modo que el lado bueno está cargado de mucha violencia. Nuestro deseo de estar en el lado bueno nos convierte en la persona que peor nos trata, y son nuestros juicios el mecanismo a través del cual nos administramos la autotortura.


Como dice el dicho “El Camino al Infierno está Plagado de Buenas Intenciones”

Los juicios de valor unidos al deseo de eliminar lo que está mal quizás sean la causa principal de las guerras y la violencia. Queremos eliminar lo que está mal porque queremos que la realidad sea perfecta. Queremos que sea perfecta para no sufrir y, paradójicamente, esto es lo que nos hace sufrir.

Todos los juicios que traen consigo el deseo de crear un mundo en donde solo existe lo que consideramos bueno, son la esencia de la violencia. La violencia es dar espacio sólo a algunos y no a todos, es decir, estamos frente a la violencia cuando lo bueno pretende eliminar eso que supuestamente es malo. En nombre de aquello que creemos que es bueno, nos castigamos, humillamos, culpamos, reprimimos, y en síntesis, nos torturamos. Y debido a que tenemos tan idealizado todo lo que nos parece bueno, la violencia que ejercemos contra nosotros nos pasa completamente desapercibida. Padecemos de una suerte de guerra santa interna.

Que no nos demos cuenta de lo que nos hacemos, no evita las consecuencias. Por el contrario, mientras menos consciencia tenemos de cómo nos violentamos y más idealizado tenemos el polo de lo bueno, más graves son las consecuencias. Si algunos de esos aspectos que rechazamos de nuestro interior comienzan a manifestarse dentro nuestro, sentiremos ansiedad, culpa, vergüenza o bien, no pudiendo tolerar lo que nos sucede, culparemos a otros de ser malas personas porque nos hacen sentir cosas que creemos que no debiéramos sentir y así, acabamos en guerra con ellos.


La Verdad: Tu guerra interna alcanza a los otros, ¡lo sepas, lo quieras, o no!

Cuando digo que algo es bueno y me convierto en fanático de aquello, estoy tomando posición en contra de otra cosa. Tarde o temprano la vida nos va a hacer estar en el otro polo, y todo eso que celebramos desde la vereda del bien acabará eventualmente volviéndose en nuestra contra… y si no se vuelve en nuestra contra de forma evidente para nosotros, que no nos quepan dudas que se volverá contra otros. Se volverá en contra de aquellos que no están en el lado de la luz como, supuestamente, estamos nosotros. Y cuando esas personas, víctimas de nuestra violencia nos lo intenten hacer notar, nosotros, airados, les diremos que se equivocan y seremos sordos la mayoría de las veces a sus súplicas.

Mientras más reforzamos nuestros juicios positivos y nos esforzamos fanáticamente por cumplir sus códigos y estándares, más sufriremos cuando la vida nos lleve al otro lado de la frontera y más dolor causaremos a quienes nosotros hemos identificado como miembros del otro bando.


La guerra explicada en HD

Pongamos por ejemplo, el caso de una niña que tenía una madre muy ocupada y eficiente que estaba siempre trabajando malhumorada porque los niños de la casa no colaboraban con el orden y la limpieza. Por supuesto, para ella no hay nada de malo en la eficiencia, sino por el contrario, la tiene idealizada y la tiene como uno de sus valores más altos. No hay duda que la eficiencia tiene muchas virtudes; el problema no es tener valores, es llegar al fanatismo y descalificar todo aquello que parece estar al otro lado de la frontera.

En consecuencia, por años, esta madre exigió a gritos que los juguetes estén siempre ordenados, que los niños no se ensucien y sobre todo, que nadie nunca pierda el tiempo haciendo cosas inútiles. Esta niña, teniendo miedo de su madre, decidió cumplir todos sus mandatos para salvarse de su impaciencia, sus gritos y agresiones -invisibles o quizás justificadas para la madre, pero muy dolorosas, injustas y visibles para esa niña.-

Así, la niña decidió que tenía que ser buena del modo en que su madre exigía y se identificó con la imagen de ser una niña eficiente, limpia y ordenada y, hasta hoy ha continuado haciendo todo lo que está en sus manos para ser buena según éstos términos.

Ya es adulta y se siente muy orgullosa de su eficiencia, orden y limpieza, lo cual además le trae bastantes beneficios; haciendo bien su trabajo obtiene un buen salario y es reconocida por otros otros adultos que la alaban por su eficiencia. Hasta aquí, todo bien, pero recordemos que siempre los juicios, aunque sean positivos, acaban resultando en violencia si creemos en ellos a pies juntillas.

Precisamente, por todo lo buena que es, sufre de cansancio crónico y está al borde de una depresión por burnout, porque cada vez que se detiene aunque sea sólo unos segundos a descansar, su mente se llena de juicios negativos respecto de lo malo que es perder el tiempo. Sin darse cuenta, en esos momentos que intenta descansar se auto agrede, creándose grandes montos de ansiedad y culpa porque se repite como un mantra insidioso e interminable que debería estar haciendo algo útil en lugar de perder el tiempo descansando. El resultado es que nunca puede descansar y, cuando lo intenta, antes de tomarse el tiempo suficiente para reponer las energías, ya está en movimiento. Por las noches padece de insomnio.

Alguien que nunca se detiene, va a lograr forzosamente que los demás a su alrededor hagan menos que ella porque no les dejará espacio para hacer cosa alguna, y luego juzgará la situación de injusta para acabar agrediendo a todos, abierta o encubiertamente. Los demás para ella, van a estar en el polo del mal y ella en el del bien. Se sentirá con todo el derecho a criticar, exigir y sentirse víctima de la mediocridad de todos a su alrededor, especialmente su pareja e hijos, porque ella hace demasiado mientras que nadie la ayuda y nadie la entiende.

La verdad es que los demás hacen demasiado poco porque ella no deja espacio, hace todas las tareas antes que otros las hagan y así se crea un circuito en donde los integrantes de la familia se polarizan, unos se vuelven cada vez más pasivos y otros, más probablemente alguna hija mujer, podría volverse excesivamente hacedora y eficiente. Los que quedan atrapados en el polo del mal, van a recibir todo su disgusto y resentimiento, lo cuál les hará daño. Y los que quedan en el polo del bien, aprenderán igual que ella, que la única forma correcta de vivir es auto explotarse al punto de no poder descansar y, quizás con el tiempo, acabarán construyendo para sí mismas la misma situación extenuante e injusta que ella vive, lo cual también les hace daño.

Las víctimas que quedaron en el polo de la ineficiencia se van a acabar identificando con este polo y van a idealizar todos los valores relacionados con éste -por ejemplo, podrían desarrollar una teoría muy coherente acerca de la importancia del ocio, que sin duda sería tan razonable como el eficientismo de su madre-, y podría ocurrir que alguno de los hijos acabe pobre porque tiene una tendencia irrefrenable a procrastinar y se case con otra mujer eficiente que acabará despreciándolo y maltratándolo.

Y lo más impresionante: TODA esta dinámica se sostiene únicamente sobre un juicio que a ella le parece la encarnación del amor, las buenas costumbres y el bien: “Lo bueno es ser siempre eficiente y no estar siempre haciendo algo útil es malo”. Lo que hace que este juicio tenga tal poder destructivo es que nuestra protagonista lo grabó a fuego en su mente para salvarse de los malos tratos de su madre abnegada y mártir quién creía fanáticamente en la idea y eso la ha convertido en otra fanática -y víctima- más.

Lo triste y paradójico es que esta mujer es hiper eficiente porque quiere sentirse amada. Y podría sentirse amada si en lugar de sobre explotarse se diera el permiso de descansar, abrazar a su familia y tener más momentos de ocio con su pareja y sus hijos.


Detener la Guerra y Escuchar

De modo que te propongo que cuando descubras que idealizas cualquier valor o posición y que desprecias la contraria, prestes atención las consecuencias que estas ideas aparentemente luminosas están trayendo a tu vida, escucha lo que te dicen los demás, muchas veces las críticas de otros sólo pretenden develar nuestros excesos y no son más que un pedido de paz -aunque los puedan expresar muy airadamente contra tí-. Ver el lado oscuro de nuestro fanatismo por lo bueno es una de las claves principales para vivir una vida más plena y relacionarnos con los otros desde el amor. Como dije antes, cuando creemos de forma ciega que lo que nuestros juicios afirman es lo correcto, conducen tarde o temprano a la violencia y la destrucción.

Sin importar cuánto nos esmeremos en vivir a la altura de nuestros propios juicios, la realidad tarde o temprano nos llevará a vivir la otra polaridad. Todo lo que sube tiene que bajar. La realidad funciona de forma pendular, te sientes lleno de energía y luego te sientes cansado, te sientes enojado y luego te sientes en paz, te sientes triste y luego te sientes contento, no tienes dinero, luego tienes dinero, tienes trabajo y luego no tienes, te aman y luego no te aman.

Así es la vida, constante cambio. Cada vez que nos identificamos con un lado de la polaridad estamos preparando el terreno para que cuando la situación cambie -y va a cambiar-, suframos. De modo que cada vez que la vida nos pone en el polo opuesto, nos está regalando la oportunidad de conocer el lado oscuro de nuestro fanatismo y el lado luminoso del polo que rechazamos y, si sabemos todo esto, podemos flexibilizarnos, cuestionar nuestro fanatismo y abrirnos a aprender de la nueva experiencia que la vida nos regala. Es la oportunidad de descubrir las virtudes y beneficios que tiene el polo opuesto, las cosas nunca son blanco o negro, hay cientos de matices en medio.

En el tarot, a la mente se la representa con espadas de doble filo, porque siempre un juicio implica su opuesto. El anciano sabio de la historia renunció rotundamente a identificarse con alguna de las polaridades y por eso estaba en paz y sereno con la existencia. Había renunciado a cortar la realidad en dos con su espada. Lo más interesante es que el pueblo -que representa a nuestra mente llena de juicios- creía que el anciano estaba loco. A la mayoría de las personas nos pasa que cuando comenzamos a abandonar nuestros juicios, nos asusta dejar de vivir sin ellos porque nos parece poco razonable.



Experimentar la Vida tal Cual Es

Cuando explico esto, algunas personas han dicho, “¡pero entonces la vida va a perder su atractivo! Si no hacemos juicios, no habrá emociones, no sufriremos, pero tampoco nos alegraremos de nada.” No sucede así, a medida que nos desidentificamos con la actividad enjuiciadora de la mente, comenzamos a estar en contacto con una dimensión más profunda de nuestro ser y de la realidad. La capa de los juicios no es más que nuestra superficie. Le tenemos tanto apego que creemos que la vida no tendrá sentido sin ella. O que si no nos aferramos a nuestras ideas de lo que es bueno, entonces nos volveremos malos y perversos.

Nada más lejos de la verdad, sucede justamente lo opuesto, la vida pierde sentido porque vivimos en esta capa superficial y somos violentos con nosotros mismos por eso.

No nos vamos a convertir en vegetales sin movimiento o en crueles criminales si abandonamos esta capa. Por el contrario, tendremos más energía, menos violencia contra nosotros y los demás, nos sentiremos más serenos, más felices y sobre todo, más vivos. De hecho, cuando no hay juicios y por lo tanto desaparece toda resistencia a experimentar lo que sucede en el ahora, descubrimos que disfrutamos esas cosas que creíamos negativas; podemos disfrutar de nuestros celos, nuestra ira y nuestro miedo.

Los juicios nos desconectan de la experiencia de sentirnos vivos, no nos dejan sentir y vivenciar toda la riqueza de la vida, ponen una capa aislante entre nosotros y la experiencia, nos impiden experimentar la vida con todos sus verdaderos colores y matices.


¡Volver a la Vida!

Imagina que estás mirando una hermosa puesta de sol. Hay un momento en que realmente estás absorto en la experiencia de mirar, de experimentar lo que estás viendo. Percibes los diferentes matices de luz, el agua reflejada sobre el mar, los sonidos y sensaciones del viento en tu cara, estás sumergido en tus percepciones, estás en contacto de forma muy directa con la vida.

Pero supongamos que hay alguien a tu lado y comienzas a decirle “¡Mira que impresionante la puesta de sol! Es la más hermosa que he visto en mi vida.” En ese momento ya no experimentas la puesta de sol porque ahora toda tu atención está en tus ideas acerca de ella y ya no en la experiencia directa que tienes. Has perdido la puesta de sol y la experiencia de estar vivo. Ya no estás sintiendo, estás sólo pensando y experimentando en tu cuerpo las sensaciones que esos pensamientos crean dentro de tí, ya no puedes sentir la puesta de sol. Después podrías pasar tres años hablando a todo el mundo y a ti mismo de la belleza de la puesta de sol y perderte las próximas ciento cincuenta siguientes.

Los juicios siempre nos alejan de la experiencia, nos desconectan de la vida. Al meditar, cuando nos perdemos en la mente, podemos comenzar a prestar atención a los juicios y asi poco a poco rompemos nuestra identificación con ellos. Es profundamente liberador cuando podemos vemos un juicio y luego nos damos cuenta que es sólo un pensamiento, que no es la realidad.

Por ejemplo, estás meditando y tienes una sensación incómoda, no te puedes concentrar y descubres que tu mente lleva varios minutos diciendo, sin que lo hubieras notado, “estás haciendo mal la meditación y es por tu culpa; no terminaste bien lo que estabas haciendo antes y por eso no te puedes concentrar ahora, fuiste irresponsable.” Hacía varios minutos que tu juicio te estaba torturando y ahora te das cuenta. Cuando reconoces esos pensamientos como lo que son, juicios, y reconoces que un juicio no es más que un pensamiento y no la realidad, sino sólo un punto de vista posible, una forma de interpretar las cosas, vuelves a tu respiración y tu experiencia deja de estar teñida por algún tipo de valoración.

Dejas de vivir la experiencia como mala o como buena y puedes comenzar a experimentarla como realmente es, con cada uno de sus matices. Puede haber incomodidad, pero no la percibes como algo bueno o malo, simplemente la percibes con más nitidez. Puedes percibir claramente la sensación incómoda en tu cuerpo y ver con precisión donde comienza, dónde termina, qué textura tiene, qué imaǵenes mentales dse conectan con ella, etc. Y de pronto descubres que desaparece el peso, la ansiedad y la desesperación que el juicio genera. Se va la violencia que el juicio está imponiendo sobre tu experiencia, ahora eres libre para estar presente, ya no hay más amenazas. Y esas sensaciones que el juicio hacía aparecer como desagradables, ya no te molestan. Y si realmente prestas atención a la experiencia, descubres algo sorprendente: ¡Aún cuando las sensaciones sean “incómodas”, es agradable sentirlas! Ahora puedes sentir tu vida y disfrutarla tal cual es, no necesitas que sea perfecta o mejor, así tal cual es, es satisfactoria.

¿Eso es todo? ¿Basta con quitar los juicios para sentirse más vivo?

Hay más.

Las Etiquetas

Hay otro elemento de la mente que está ligado con los juicios que también nos desconecta de la experiencia pero que corresponde a una capa más básica y anterior a ellos: las etiquetas. Para hacer un juicio acerca de algo, primero hay que crear un concepto o etiqueta, darle un nombre. Una vez que podemos nombrarlo y representarlo podemos atribuirle una valoración. De modo que la etiqueta es un suceso mental anterior al juicio. Es el simple acto de nombrar algo; “esto es azul, esto es verde, esto es una manzana, esto es un árbol.”

Supongamos que un día comiste una manzana y te dijeron “esta fruta se llama manzana”. Aprendes la palabra y luego tu memoria asocia lo que recuerda de la experiencia a la etiqueta “manzana”. Después de comer unas 20 o 30 mañanzas, cuando te comes otra, en lugar de experimentarla como una experiencia completamente nueva y fresca, prestando total atención a la experiencia de comerla, la comparas con la etiqueta previa, así, la manzana actual te parecerá insuficiente si tu recuerdo parece mejor o te parecerá fantástica si el recuerdo te parece peor que la experiencia actual. De modo que el etiquetado funciona como un punto de referencia para comparar nuestras experiencias con nuestros recuerdos y, si creemos que la etiqueta es más importante que la realidad -lo cual casi siempre es así, a menos que hayamos aprendido a mirar la realidad sin el filtro de las etiquetas- estaremos más atentos a la etiqueta que a la experiencia. Constantemente comparamos las experiencias reales con las etiquetas que hemos creado y por eso no podemos percibir la realidad como realmente es.

Nuestra experiencia experiencia pasa a ser secundaria, y con eso, nuestra verdadera existencia y nuestro VERDADERO SER nos resulta menos importante que nuestros conceptos, ideas, imágenes y recuerdos. Esto es así porque nuestro ser no es un concepto, pero es así como solemos experimentarnos. Creemos que somos sólo un concepto.

Si quieres saber más sobre este tema, puedes dirigirte al episodio 49 de mi podcast: ¿Meditas o haces Terapia? ¡Tienes que Saber qué son los Niveles de la Consciencia!.


Hace unos años comencé una práctica maravillosa; Wim Hof (lleva el nombre de quién la descubrió o inventó). Entre otras cosas, la técnica consiste en sumergirse en agua muy helada, lo cual tiene cientos de efectos benéficos para el cuerpo, la consciencia y el alma. Mis etiquetas y memorias decían que el frío era algo muy desagradable, incluso peligroso. Y al comienzo, al sumergirme en el agua muy helada, mucho más de lo que había experimentado nunca, mi mente etiquetaba la experiencia como algo muy desagradable porque generaba juicios: “esto puede ser malo, quizás podría enfermarme, quizás Wim Hof está loco”. A veces llegué a asustarme mientras me sumergía en el lago Llanquihue en invierno.

Poco a poco, fui volviéndome capaz de experimentar el frío tal cual era, dejando de lado todas las etiquetas y recuerdos que había creado de la experiencia, concentrandome intensamente en la sensación real de frío en todo mi cuerpo. Descubrí que para el cuerpo, el frío no tiene nada de malo, ni siquiera es desagradable. Me ayudó darme cuenta que podía dejar de nombrar lo que sucedía en mi cuerpo como “frío” y comencé a observar el fenómeno de forma más directa, sin nombrar mis sensaciones sino sólo sintiéndolas.

La experiencia no era ni agradable ni desagradable, simplemente era muy intensa. Luego aprendí a quitar la etiqueta “intensidad” y comencé a entrar en otra dimensión con esto último. Otras veces hice lo mismo dando paseos en bicicleta bajo la lluvia en invierno. Nuevamente, mi mente etiquetaba la experiencia como algo muy malo y me decía que lo mejor iba a ser volver a mi casa y dejar de hacer locuras, pero nuevamente descubrí que mi cuerpo sentía placer profundo y sólo experimentaba gratitud de sentirse… de sentirse vivo.

Creemos que sabemos cómo es nuestra experiencia, pero en realidad lo que conocemos son sólo nuestras etiquetas de ella. La iluminación, entre otras cosas, es la capacidad de experimentar la realidad tal cual es, sin etiquetas, manteniendo al mismo tiempo la capacidad de usar las etiquetas cuando es necesario, pero sin perderse en ellas.

De modo que el proceso de etiquetado se convierte en una suerte de velo que pone una distancia con la experiencia real porque nos impide enfocar la atención y presencia en ella. Nuestra atención está dividida entre nuestras etiquetas, nuestras memorias asociadas a ellas y lo que realmente está sucediendo ahora -que suele quedar en segundo plano. Nuestras etiquetas siempre las construímos en base a nuestros recuerdos. Es decir, tenemos una experiencia, archivamos el recuerdo y le damos un nombre. Luego, cada vez que usamos la etiqueta, abrimos las memorias archivadas y re experimentamos las experiencias del pasado. De modo que en lugar de experimentar el ahora, solemos vivir re experimentando nuestro pasado, el cual acaba pareciéndonos más real que la realidad.


El Despertar Espiritual v/s el Sótano de nuestros recuerdos

En ocasiones es tan invasivo el proceso de etiquetado que no nos queda ni un segundo de atención para la experiencia real que tenemos, por ejemplo, de comer una manzana, y lo único que hacemos es pensar “estoy comiendo una manzana, estoy comiendo una manzana, estoy comiendo una manzana”, mientras recordamos -sin darnos cuenta- las manzanas que comimos hace 20 años. ¡En lugar de saborear la manzana intentamos saborear nuestros recuerdos de ella! Pero los recuerdos no tienen sabor, sólo un vago aroma evocado y desdibujado. Vamos por la vida completamente cerrados a ella, como si estuviésemos vestidos con una capa aislante. Es como si viviésemos encerrados en un sótano imaginando el calor del sol, en lugar de sentir sus rayos tocando y llenando de vida nuestra piel. Por esto es que cuando alguien llega profundo en su trabajo espiritual suele describirlo con la palabra “Despertar”. El despertar espiritual es un fenómeno muy concreto que involucra un cambio en nuestra percepción; cuando descorremos los velos descubrimos que nuestros ojos estaban cerrados, y ahora, podemos ver la luz con toda nitidez.

Podríamos hacer un experimento sobre el sabor de la manzana preguntando a alguien, “¿sabes cuál es el sabor de una manzana?” Esa persona responderá que sí. Y nosotros le diremos, bien, recuerda todo lo que sabes sobre el sabor de las manzanas y prueba ésta, pon toda tu atención en sentirla mientras lo haces y al terminar me dices si calza con lo que sabes acerca de las manzanas. Si la persona realmente presta atención a la manzana actual descubrirá que tiene muy poca similitud con su recuerdo. Le diremos nuevamente, “¿Ahora sabes cómo es una manzana?”, y si confunde sus etiquetas y recuerdos con la realidad nos dirá, “Si, ahora si sé cómo es una manzana, o al menos ésta que tengo en mi mano”. Le podemos pedir entonces, “Bien, por un momento cierra tus ojos y presta atención a todo lo que recuerdas sobre la manzana que tienes en tu mano que acabas de probar, luego vuelve a probarla y dime si se siente igual a como la recuerdas.”

Por supuesto, nuevamente la experiencia no calzará con la etiqueta y el recuerdo asociado, aún cuando sea la misma manzana de hace un segundo. Y nunca lo hará, porque nunca una experiencia se repite. Nunca jamás.

Pero las etiquetas y la memoria crean esa ilusión, la ilusión de que ya conocemos las cosas, y luego vivimos en la ilusión sin darnos cuenta que cada experiencia es siempre nueva y completamente diferente a todas las anteriores que hemos tenido. Vivimos en el sótano de nuestros recuerdos.

Te invito a hacer el experimento ahora mismo. Prueba un alimento que supuestamente no te gusta, tómate un momento para recordar todo lo que puedas de tus experiencias pasadas y luego saboréalo y compara la experiencia actual con los recuerdos, dejando así las etiquetas de lado. O prueba con el experimento opuesto, con ese alimento que supuestamente te gusta. Saboréalo mientras te concentras intensamente en la experiencia presente comparándola con todos todos los recuerdos que has tenido al comerlo antes. Luego haz lo mismo con tus emociones, las personas con las que te relacionas, con tu experiencia de existir, etc.

Te vas a sorprender.

Cuando llevamos este experimento al máximo extremo, descubrimos algo increíble: nunca jamás habíamos tenido la experiencia que estamos teniendo ahora, y nunca, jamás, volveremos a tenerla. Todas las experiencias son nuevas, únicas y son completamente irrepetibles. El aburrimiento no es más que el resultado de la ilusión que generan nuestras etiquetas: como las confundimos con la realidad, damos la realidad por sentado y somos capaces de hacer una de las cosas más curiosas de las que somos capaces los seres humanos: sentimos un horrible aburrimiento porque no experimentamos la vida.

Hay un capítulo de mi podcast en donde profundizo mucho en esta enseñanza, puedes pinchar en el título para escucharlo: Nunca ha Sucedido lo que Sucede Ahora y Nunca Volverá a Suceder


Muy bonita la enseñanza, pero es más grave de lo que parece

Cuando pensamos en el ejemplo de la manzana, este hecho parece completamente inofensivo. Pero veamos cómo funciona esto en nuestras relaciones, con nuestra pareja o nuestros hijos. Tenemos millones de recuerdos de ellos acerca de cómo son, organizados en etiquetas mentales de ellos. Cuando los miramos, en realidad, la mayor parte del tiempo no los vemos, sino que recordamos toda la información que tenemos acumulada de experiencias previas y centramos nuestra atención en todo eso.

Cuando los miramos casi no los vemos, sólo los recordamos, y por lo tanto no es con ellos con quienes nos relacionamos, sino con nuestro recuerdo de ellos, que por lo demás es tremendamente subjetivo y está archivado y filmado por un editor lleno de juicios y prejuicios acerca de lo que es bueno o malo. Es como si cuando nos relacionamos con los demás lo hiciéramos encerrados en nuestra habitación personal con la puerta cerrada y al mismo tiempo la otra persona hace lo mismo. Pero eso no es todo. Nuestros recuerdos no están siquiera cerca de ser una copia fiel de la realidad, como lo es una fotografía. Son en realidad una película editada varias veces con el fin de establecer qué es lo que está bien y mal, qué es lo que nos gusta y qué no, y en la edición eliminamos gran parte de aquellas cosas que nos parece que no son buenas o bien las exageramos volviéndolas subjetivamente grotescas y desagradables y por último agregamos una pista musical que las imágenes originales no tenían.

Si en tu edición de la película hay malas escenas con esa persona, cuando la miras ves los recuerdos, las etiquetas, los juicios y prejuicios que tienes con esa persona, y por supuesto todas las emociones y estados que esos recuerdos y juicios van a generar. Es decir, vuelves a vivir una y otra vez todas las malas experiencias que has tenido antes con esa persona -o más bien, que has juzgado que has tenido con esa persona-.

Además, la mente tiene una especie de obsesión con los malos recuerdos -proceso que sucede de forma relativamente inconsciente- y entonces te torturas con tus memorias en lugar de abrirte a disfrutar del encuentro. Estás lejos de experimentar al otro, sólo estás siendo víctima de tus propios recuerdos, etiquetas e imágenes… y la otra persona no tiene la culpa de que el editor sea adicto a las escenas más feas.


¡Enamórate del Ser, no de los objetos externos!

Una de las cosas hermosas del enamoramiento, que a pesar de tener muchos elementos bastante desafortunados según nos informa la psicología, también tiene una característica interesante; cuando recién comienza una relación tenemos muy poca información sobre esa persona, de modo que cuando la miramos y nos relacionamos con ella, realmente la experimentamos, porque no tenemos suficientes recuerdos de ella que nublen nuestra percepción. Estamos en el proceso inicial de crear recuerdos de ella, es una película que necesita muchas tomas aún para estar terminada, de modo que estamos abiertos a introducir nuevas piezas de información y por eso, prestamos atención al otro y no a nuestros recuerdos.

En esos curiosos momentos de enamoramiento damos más atención al presente que a nuestra memoria y etiquetas. Estoy bastante seguro que esta tendencia a prestar atención al presente es una de las cosas que hace que la experiencia se vuelva embriagadora y exquisita -por supuesto que la idealización añade algunos fuegos artificiales a la experiencia-. Pero lo que nos hace sentir tan bien no es sólo que nos gusta esa persona porque puede parecernos interesante o porque hay atracción sexual: Es que nuestra concentración en el presente se vuelve muy intensa, de modo que experimentamos estados de presencia inusualmente profundos.

La desgracia es que no nos damos cuenta que la fuente de éxtasis no es la otra persona, sino nuestro estado de presencia que nos lleva a experimentar la realidad de forma muy plena. En nuestra confusión, atribuímos la fuente de la felicidad a la presencia del otro y cuando lo extrañamos con dolor, lo que en gran medida extrañamos es nuestro propio ser, nuestro propio estado de presencia. Por esto es que acabamos volviéndonos adictos a la otra persona, lo cual no es maravilloso en absoluto.

La buena noticia es que no necesitamos a alguien de quién enamorarnos para experimentar la felicidad sin causa que emana del estado de presencia plena. En el enamoramiento prestamos atención a otra persona y en la meditación prestamos atención a la respiración para estar muy presentes en el ahora. Cuando logramos sostener nuestra presencia de forma muy firme en el ahora nos sentimos llenos de amor y felicidad, sin importar cuál sea el objeto de nuestra atención. Es decir, no es la otra persona o la concentración en la respiración lo que nos hace estar en un profundo estado de paz y felicidad, sino el hecho de estar experimentado el ahora. La meditación nos ayuda a comprender que la felicidad está en la capacidad de experimentar el ahora tal cual es, sin quitar ni añadir nada a como realmente está siendo en este momento, y no otra persona o cualquier otra circunstancia externa y pasajera.

Todos los sabios siempre aconsejan “descubre la felicidad dentro de tí”, pero nosotros insistimos en confundir las cosas y creer que la felicidad es un estado que está ligado a un objeto externo, ¡simplemente porque nunca nos concentramos con intensidad en el ahora vacío y desnudo, que carece de objetos! La práctica de la meditación, entre otras cosas, consiste en aprender a hacer esto. Encontrar la felicidad sin causa, una felicidad que no depende de nada, felicidad de ser.


La Caída del Paraíso en las Relaciones

La relación con esta persona especial continúa y poco a poco formarnos etiquetas y recuerdos de ella. Inevitablemente experimentamos decepciones, frustraciones y un sin fin de altibajos y comenzamos a crear etiquetas y recuerdos que acaban interponiéndose a la experiencia real y actual de estar con ella. Con el tiempo la experimentamos cada vez menos, cada vez hay menos felicidad y nuestra aversión o apego a nuestras imágenes mentales comienza a hacer de las suyas.

Sufrimos porque cada vez que miramos a la otra persona estamos atrapados en el sótano de nuestros recuerdos dolorosos con esta persona. Luego éste sufrimiento da lugar a duros juicios hacia nosotros y el otro, para escapar de la dolorosa falta del estado de felicidad incondicional. Nos sentimos heridos porque la presencia de la otra persona ya no nos llena con el éxtasis que nos da el estado de presencia plena. Obviamente, no es culpa de la otra persona, sin embargo, nosotros sin saberlo nos hemos encerrado en el sótano de nuestro dolor y debido que a que no sabemos que la felicidad que vivimos con esa persona se originaba en nuestro estado de presencia y no en la presencia del otro, comenzamos a desarrollar cierta alergia y muchas dudas respecto de la otra persona o de nosotros o de nuestra capacidad de estar en una relación.

En este punto los juicios comienzan a cumplir un papel muy desafortunado; son un intento intento inútil de escapar del sufrimiento -etiquetando algo como malo para después intentar suprimirlo. Lo cual sólo perpetúa nuestro sufrimiento. Es decir, ya no experimentamos la presencia en la relación, esto nos hace sufrir y el único modo de salir del sufrimiento sería vivir el dolor sin juicios, pero los juicios no nos permiten sentir este dolor y así, el dolor se perpetúa hasta el infinito.

También estamos encerrados en el sótano, alejados de nosotros mismos

Esto no sólo sucede con esa persona especial de quién te enamoras, sino también con nuestros hijos, amigos, colegas y realmente con todos quienes podamos relacionarnos -especialmente si es una relación cercana y cotidiana-. ¿Pero sabes? La relación más cercana que tienes en la vida es la relación contigo mismo. Es aquí donde hay, por lejos, más problemas.

Tienes una idea de quién eres tú hecha de etiquetas e imágenes acerca de tí que te impiden experimentarte tal cual como eres en realidad. Cuando piensas en tí, en realidad la mayor parte del tiempo prestas atención a los recuerdos e imágenes que tienes de tí, pero no al ser real que está aquí y ahora vivo, respirando y sintiendo cosas que en realidad nunca jamás había sentido antes. Digamos que nunca percibes la manzana que eres, sino el recuerdo de manzana que crees ser.

Tu verdadero Yo es una experiencia siempre desconocida y nueva, a cada segundo eres diferente, una cosa nueva que nunca volverá a ser lo mismo que ahora, pero cuando piensas en tí no te ves de este modo, tienes la triste impresión que eres más o menos lo mismo de siempre. Del modo en que sucede con todo lo demás, estamos llenos de juicios, imágenes y recuerdos de nosotros que no nos permiten estar en contacto con nosotros mismos, con el Yo real que somos ahora.

Si te das cuenta de la imagen que tienes de tí, cómo es tu rostro, tu cara, cómo son tus manos y tu cuerpo entero, y luego te miras al espejo y comparas lo que ves con lo que imaginas, descubrirás que la experiencia real es completamente diferente. A muchos les pasa que se miran al espejo y sienten mucho rechazo, pero en realidad lo que rechazan es la imagen mental que tienen de su cuerpo al compararla con la imagen mental de cómo debiera ser un “buen” cuerpo. Si realmente prestas atención a la imagen del espejo sin compararla con imágenes pasadas ni medirla ante imágenes ideales, verás que todos los días es diferente y es una experiencia apasionante de explorar. No hay ninguna cosa que se pueda rechazar si te das cuenta que cada cosa a cada segundo deja de ser lo que era antes. ¡No tiene sentido rechazar algo que en un segundo dejará de existir para siempre! Mejor es vivirlo para no perderse la experiencia que la vida te regala.

De modo que cuando se trata de nosotros, no solo nos hemos vuelto incapaces de experimentarnos porque nos miramos a través del filtro de las etiquetas, sino que además tenemos una idea acerca de cómo debiéramos ser con la cual nos comparamos constantemente causandonos dolor inconmensurable. Dicho de otro modo, tenemos una idea completamente errada sobre qué somos y esta idea errada la comparamos con un ideal y nos rechazamos por no ser este ideal. Menudo lío. Y así, nos pasamos la mayor parte del tiempo más interesados en estar en guerra con nosotros mismos que tener la experiencia de ser lo que somos. Si nos diéramos cuenta que en un segundo más lo que somos ahora desaparecerá para siempre no estaríamos tan interesados en juzgarnos y rechazarnos, sería mucho más sencillo apreciar nuestra singularidad, no querríamos perdernos ni un sólo instante de los que somos. ¿Si supieras que tu mejor amigo va a desaparecer de la faz del universo en 5 minutos más, ¿Usarías el tiempo que te queda con él para juzgarlo y decirle cómo debería ser?

Buda sabía quién Era, y tú, ¿Has salido alguna vez del sótano?

Un día Buda caminaba apaciblemente por un sendero y desde arriba un asesino le lanzó una gran roca sobre la cabeza. Sin embargo, falló su puntería y la roca pasó a escasos centímetros de su cuerpo sin hacerle daño. De pronto, lleno de arrepentimiento, el asesino cayó en la cuenta que había estado a punto de matar a un gran ser y maestro y se arrepintió de su vil acto. Lleno de culpa se acercó a Buda rogándole, “Maestro, por favor perdóname por lo que he hecho”. Buda respondió, “¿Perdonarte? ¿Por qué? A ti, yo no tengo nada que perdonarte.” El asesino estaba perplejo, “Pero si acabo de intentar matarte lanzándote esa roca desde arriba del camino”. Y Buda muy tranquilo le dice, “No, no tengo nada que perdonarte porque ése que lanzó la roca no es quién está frente a mí en este momento y yo, que estoy hablando contigo, no soy quién caminaba por el sendero hace un momento.”

Buda diferenciaba con toda claridad sus etiquetas de la realidad. Por supuesto que no es incapaz de ver que frente a él hay un potencial asesino, es que su estado despierto le permite no confundir las etiquetas con la realidad y por eso no queda cargado ni agobiado por las intensas emociones que tendría si no pudiera diferenciar ambas cosas. Se dio perfecta cuenta que ya no estaba ante un asesino, sino ante un asesino arrepentido deseando sinceramente reparar el daño y, por lo tanto, ya no había nada que perdonar.

Padecemos sufrimiento crónico porque no diferenciamos la realidad de los contenidos de la mente, vivimos hipnotizados por nuestras etiquetas, recuerdos y juicios y, nuestras emociones, igual que para las personas del pueblo en la historia del anciano y los caballos, son controladas por las mareas incontrolables de nuestra mente. Mareas hechas de recuerdos, juicios y etiquetas.


Historias

A partir de las imágenes que tenemos de la realidad creamos una historia y luego, en lugar de prestar atención a la realidad, tenemos más interés en las historias que hemos creado a partir de ellas. Estas historias no tienen nada que ver con la realidad. Es igual que en las películas, cuando los actores filman la película, actúan durante unos segundos una escena, pero luego conversan sobre sus vidas personales, y hacen otras cosas, se van a comer algo, vuelven a su casa, etc. Y el hecho es que la historia que luego nosotros vemos en la pantalla no sucedió nunca y los actores tampoco la vivieron. Lo que vemos en la pantalla es una edición que le da coherencia a una serie de imágenes inconexas. Pero como la edición de las escenas tiene un orden coherente, cuando miramos las escenas editadas desde la perspectiva del público, la historia parece tener sustancia y realidad. Los únicos que tienen esa impresión son las personas del público que van al cine para creer en ella y así vivir una experiencia llena de emociones.

Nuestra vida es igual. Somos los creadores de la película -pero no somos conscientes del proceso de filmación y edición- y luego vivimos la vida dentro de nuestro cine personal, -en realidad es más bien una mazmorra personal-, viviendo todas las emociones y giros como si fueran la realidad. Pero la verdadera realidad está fuera de la sala de cine, es mucho más luminosa y hermosa que la película, pero rara vez salimos de ella el suficiente tiempo para enterarnos de la diferencia.

Si tenemos la suerte de salir de la sala de cine, entonces después del paseo al aire libre decimos “¡Wow, he tenido una experiencia espiritual, me ha sucedido un milagro, he sentido paz, amor, felicidad y compasión!”. Y, cuando la experiencia termina decimos “oh, que lástima, he vuelto a la realidad. Esa experiencia debe haber sido un sueño, o quizás estuve drogado, quién sabe.” La verdad es que la bella experiencia espiritual sucedió porque por un momento estuvimos en la realidad y luego volvemos a la ilusión de nuestras historias. Llamamos realidad a la ilusión y milagro a la realidad -si es que tenemos la suerte de experimentarla. Por eso me gusta decir que el mundo humano, en este sentido, está patas arriba. La meditación es una práctica que sirve para salir de la sala de cine, para que poco a poco comience a resultarnos más interesante lo que sucede fuera de la sala que dentro de ella. Nos ayuda a perder el apego obsesivo que tenemos a sufrir.


Hasta aquí hemos hablado de al menos 2 capas de distancia con la realidad. Tenemos por un lado los juicios, que sería el extremo más alejado de la realidad, en donde no sólo inventamos una historia, sino que le damos valoraciones y decimos que es mala, buena, ridícula, estúpida, inteligente, etc. Y por otro, antes de los juicios, las etiquetas que confundimos con la experiencia directa.

¡Entendido! ¡Sólo basta con desmontar los juicios y etiquetas!

Esos son dos pasos importantes, pero hay más.

Hay otra capa más profunda que las anteriores que también funciona como un velo, más básico e inconsciente y tal vez un poco más difícil de desmontar.

El cuerpo, para poder vivir, necesita organizar y configurar todos sus sistemas perceptuales. Necesita aprender dónde es arriba, dónde es abajo, dónde es adelante y atrás para poder desplazarse, necesita saber qué cosas se pueden comer, qué sonidos indican peligro y miles de otras cosas como éstas.

Tenemos que desarrollar un sistema operativo que nos permita interpretar la realidad de algún modo para sobrevivir. Cuando recién nacemos, nuestros sentidos no funcionan del modo en que lo hacen ahora, deben atravesar antes muchas etapas de desarrollo para hacerlo.

Aparentemente, un bebé recién nacido no es capaz de percibir de forma coordinada lo que ve con lo que oye, de modo que cuando su mamá le habla no percibe que el sonido de su voz viene de la boca que ve moverse frente a sus ojos. El sistema perceptivo aún no funciona de modo integrado.

Lo que hacen nuestros cinco sentidos es percibir diferentes frecuencias del espectro total de la realidad; los ojos perciben diferentes frecuencias de luz y cada color tiene diferentes frecuencias vibratorias, los sonidos también son frecuencias vibracionales y así sucesivamente. Lo que hace luego el cerebro con los impulsos nerviosos que llegan de los ojos y oídos y los demás órganos sensoriales es diferenciarlos y ordenarlos y poco a poco aprende a diferenciar que unos sonidos son más agudos, otros más graves, unos colores más claros, otros más oscuros, de diversas tonalidades, etc. Los cinco sentidos lo que hacen es captar información vibracional, luego el cerebro procesa esta información y la ordena para que tenga sentido y podamos orientarnos.

Lo que hay ahí afuera es un gran espectro de diferentes frecuencias vibracionales. Muchas ondas vibrando a diferentes velocidades por todas partes, algunas se pueden percibir con los oídos, otras con los ojos, otras con el olfato o con el tacto (recordemos que las sustancias químicas están hechas de átomos, los cuales no son más que vibración también) y algunas no las percibimos en absoluto porque están fuera de los rangos que nuestros cinco sentidos pueden abarcar.


Nunca hemos mirado la realidad desnuda

Nuestros cinco sentidos captan esos patrones vibracionales y luego nuestro cerebro los interpreta para que este cuerpo entienda cómo sobrevivir en esta dimensión material. Eso no significa que el universo sea como nosotros lo vemos, oímos y sentimos. Nosotros vemos el universo no como es realmente, sino del modo en que nuestro cerebro lo interpreta a partir de lo que los sentidos registran con el principal objetivo de orientarnos para sobrevivir.

Los perros no ven todos los colores como nosotros, captan sólo tonalidades de azul y amarillo ya que los verdes y los rojos no los pueden distinguir y, luego, sus cerebros interpretan todo eso según sus capacidades. Nosotros vemos más colores, tenemos un cerebro diferente que interpreta diferente y entonces la realidad no es igual para nosotros que para ellos. Vemos más colores que ellos, pero tampoco vemos todos los colores posibles. Oímos un rango de frecuencia de sonidos, pero no oímos todos los sonidos. Y aunque nuestros sentidos pudiesen captar todas las frecuencias del universo, de todos modos el cerebro interpretará todo de un modo específico, creando una imagen no de la “realidad objetiva que está allá afuera”, sino solamente una interpretación o representación de entre muchas representaciones posibles de la realidad. Específicamente, una forma de percibir la realidad para la supervivencia del cuerpo.

Parece ser además que al cerebro no le interesan todas las cosas que los sentidos pueden percibir. Si estamos en la selva, no nos sirve estar interpretando y organizando absolutamente todos los estímulos que podríamos captar. Sólo necesitamos organizar como prioridad los estímulos que nos dan información acerca de nuestras posibilidades de supervivencia: Queremos saber qué sonidos y colores indican peligro y cuáles no. Al parecer, nuestro sistema perceptivo, cuando se organizó, se construyó no sólo como un sistema para ayudarnos a percibir todo lo que está alrededor, sino también como un sistema para ayudarnos a filtrar y dejar de percibir todo eso que está alrededor y que, al parecer, no tiene utilidad práctica directa.

De modo que en relación a esas frecuencias que no nos sirven podrán pasar dos cosas; que no las percibamos porque están fuera de rango o, si las podemos percibir, no les prestemos atención. El silencio es una de las cosas que menos importan a nuestros sentidos, ya que el silencio no nos informa si estamos en peligro, pero sí los sonidos, como por ejemplo, los de los pasos de un animal cazador.

No sólo nuestros sentidos son incapaces de percibir la totalidad del espectro, sino que además nuestro cerebro funciona como un filtro. Y más aún, eso que perciben nuestros sentidos no es lo mismo que nuestro cerebro interpreta. Es decir, el ojo simplemente registra patrones vibracionales y luego, dentro del cerebro se construye una imagen con lo que el ojo ha registrado. De modo que cuando miras la manzana que te vas a comer, no estás viendo “objetivamente” lo que está ahí afuera, sino que estás viendo una imagen que ha sido construída en tu cerebro después de que tus ojos registraran los patrones de luz. Y esta imagen ha sido además integrada y combinada con los sonidos, olores y sabores que los otros sentidos captan por separado. La manzana como un objeto que tiene colores, peso, sabor, es decir atributos que se perciben por diferentes canales sensoriales sólo existe dentro de nuestro cerebro del modo en que nosotros la “creemos” conocer. Nunca percibimos lo que “está ahí fuera objetivamente”, sino que sólo vemos lo que nuestro cerebro organiza a partir de la “información” que entregan nuestros sentidos. En lugar de percibir el mundo “que está ahí fuera”, vemos y sentimos la representación que nuestro cerebro crea a partir de la estimulación sensorial.

Y no sólo esto, los seres humanos atravesamos diferentes fases de desarrollo cognitivo, moral, emocional, etc. Y en cada fase del desarrollo el modo en que el cerebro construye el mundo, cambia -con todos los procesos químicos y estructurales cerebrales que esto implica-. De modo que un niño de 2 años, percibe un mundo completa y totalmente diferente al de un adulto. Son dos mundos tan radicalmente diferentes que, si por un momento volviésemos a tener 2 años y viéramos el mundo a través de ese cerebro joven, no sería raro que acabemos creyendo que viajamos a otro planeta o que estuvimos drogados.

(Sobre los niveles del desarrollo de la consciencia y cómo cambian nuestras formas de ver el mundo, recomiendo leer la obra de Ken Wilber. Un buen punto de partida es su libro “Breve Historia de Todas las Cosas”.


El Ojo de la Contemplación

¿Existe una realidad más allá de la interpretación que nuestro cerebro le da?

Sin duda, pero muy posiblemente nunca vamos a verla desnuda y directamente como “realmente es”. Y quizás por esto en la gran tradición ancestral de méxico usan la expresión “Gran Misterio” como una forma alternativa de nombrar al “Gran Espíritu”.

Sin embargo, los sabios y místicos de todas las épocas, quienes han practicado por mucho tiempo las artes contemplativas han descrito algunas de las características que tiene esa realidad que está más allá de las interpretaciones que nosotros podemos darle. Ellos llegaron a estas conclusiones recurriendo a un modo de percepción diferente. No usaron los ojos de la carne o el cuerpo físico que sirven para interpretar patrones vibracionales, ni el ojo de la mente o la razón que sirve para pensar y utilizar la lógica. Usaron el ojo de la contemplación mística para mirar hacia el gran misterio. Este ojo contemplativo, que puede despertar en todos nosotros si lo entrenamos, no depende de la necesidad de sobrevivencia para crear sus descripciones de la realidad. Puede mirar desde un lugar libre de estas necesidades básicas y lograr una visión más objetiva y amplia.

El ojo de la contemplación es, básicamente, nuestra capacidad de darnos cuenta: La consciencia. Y nos permite despertar y reconocer una dimensión de nuestro ser que está más allá del cuerpo y la mente. La neurobiología lleva varios años intentando descifrar qué es la consciencia y aún parece ser un fenómeno difícil de explicar. Algunos dicen que la consciencia no está realmente en el cerebro y yo creo que ésta es la dirección que hay que seguir para comprenderla. Los místicos de muchas tradiciones espirituales han dicho que la consciencia no está en un lugar físico, que no es una cosa ni un objeto, pero que está en todos lugares y todos los objetos y seres existentes y que al mismo tiempo no tiene localización física en absoluto. Incluso algunos físicos han llegado a la conclusión de que los átomos experimentan la consciencia a su manera. Los místicos dicen que no es un fenómeno, un suceso en el tiempo, sino aquello que atestigua a todos los sucesos y que está fuera del tiempo. Dicen también que no hay varias consciencias, es decir, que no existe tal cosa como mi consciencia y la tuya, sino que es la misma consciencia la que percibe lo que sucede dentro de tí y dentro de mí.


La Naturaleza del Gran Misterio: Sat, Chit, Ananda

Pero van más allá todavía. No sólo la consciencia está en todos los lugares y ninguno simultáneamente, está fuera del tiempo y en todos los tiempos, sino que además es inseparable de dos cualidades más.

Cuando comenzamos nuestras meditaciones siempre canto el Moola Mantra que aprendí en Oneness University de India. Este mantra es una descripción de cómo es la realidad última y cómo a partir de ésta se origina toda la manifestación. Las primeras tres palabras del mantra son “Sat Chit Ananda”. “Sat” quiere decir “existencia” o “manifestación”. “Chit” significa consciencia e inteligencia. Y “Ananda” es Felicidad Sin Causa, Luz Divina, Dicha o Amor Incondicional -no existe una palabra exacta para “ananda” en español-.

Todo esto quiere decir que la realidad, más allá de cómo nuestros sentidos la interpretan, es existencia, consciencia y felicidad sin causa. Si pudiésemos ver la realidad sin el filtro de nuestros sentidos nos daríamos cuenta que antes que todo, la realidad es existencia, inteligencia y felicidad.

“Sat”, quiere decir que la realidad está hecha de existencia, de materialidad, ondas vibrando en diferentes frecuencias. “Chit”, quiere decir que eso que existe en una dimensión material-vibracional posee además consciencia o inteligencia, es decir, toda esa actividad vibratoria tiene inteligencia, es un SER inteligente-. Y por último, “Ananda” quiere decir que este ser inteligente es Felicidad sin Causa o Amor Incondicional. Y estas tres cualidades no pueden separarse unas de las otras. Son tres dimensiones o facetas del mismo fenómeno, del Gran Misterio que es eso que existe de modo objetivo, más allá de cómo nuestro cerebro pueda interpretar las cosas.

Hay un libro muy interesante de Aldous Huxley, Las Puertas de la Percepción, en donde cuenta una experiencia que tuvo con la mezcalina, que es el componente psicoactivo que tiene el cactus peyote y el san pedro. En su viaje psicodélico llegó a la conclusión que lo que hacen los sentidos del cuerpo y el cerebro no es permitirnos percibir la realidad tal cual es, sino todo lo contrario, nos ayudan a filtrar nuestra percepción de todo lo que existe para que podamos percibir sólo algunas cosas, las que el cuerpo necesita registrar para sobrevivir, y todas las demás, las borra.

El Silencio, un portal hacia el despertar

Lo que sucede cuando llevamos la atención al silencio es que comenzamos a experimentar, algo que tiene poco interés para nuestros cinco sentidos físicos y nuestra necesidad de supervivencia; ¡experimentamos Sat Chit Ananda! Cuando recién comenzamos una práctica espiritual para el despertar, como lo es la meditación, el silencio no parece importante. Pero poco a poco comenzamos a notar que el silencio tiene todas estas cualidades extraordinarias: Sat (sustancia), Chit (Inteligencia), Ananda (Felicidad o Amor sin Causa).

Cuando estuve en Oneness University, en India, conocí a algunos monjes que estaban en un profundo estado en conexión con Sat Chit Ananda. Algunos de ellos eran seleccionados para mantenerse de forma casi ininterrumpida en ese estado para transferir a través de su mirada y su presencia esta experiencia a quienes estábamos tomando los cursos para el despertar de la consciencia. En ellos, el estado era tan intenso que no podían realizar tareas tan sencillas como caminar o hablar, de modo que otros monjes los cuidaban y alimentaban. En las sesiones de meditación, cuando uno de ellos compartía su estado a través de la mirada o de su presencia, los asistentes vivíamos estados muy intensos y profundos de expansión de consciencia. Algunos entraban en estados de éxtasis, otros estallaban en risa, otros lloraban y otros comenzaban a procesar sus samskaras de un modo muy amplificado y muy doloroso… yo era de estos últimos. Cuando el monje abría sus ojos, yo sentía intensos dolores en todo mi cuerpo, a tal punto que no podía permanecer sentado y casi no podía respirar. Sin embargo, después de la experiencia me sentía más liviano y aliviado.

Bhagavan dice que es posible ser funcionales mientras experimentamos este estado de Sat Chit Ananda, pero cuando es demasiado profundo es imposible para el cuerpo ser funcional. Y esta explicación de Bhagavan resulta coherente con lo que dice Huxley, que necesitamos poner un poco de distancia con esta realidad tan resplandeciente para poder funcionar para que nuestro cuerpo realice las tareas necesarias para sobrevivir. Y por lo visto, para eso sirve el cerebro y los cinco sentidos. Para sobrevivir.

A medida que aprendemos a “ver” el silencio durante nuestra meditación, tenemos como consecuencia, al comienzo, breves momentos de conexión con Sat Chit Ananda, y poco a poco, nuestro cuerpo comienza a convertirse en un vehículo para esta consciencia expandida.


Crecer y Dar Frutos: El Para qué de la Práctica Espiritual

Este es uno de los aspectos muy importantes del crecimiento espiritual. Despertar el ojo de la contemplación para aprender a reposar en el espíritu, idealmente todos los días, aunque sea sólo unos segundos. de este modo la semilla que somos, que normalmente está cerrada, puede comenzar su largo camino de maduración para acabar dando frutos que serán un reflejo y manifestación de esta realidad resplandeciente que es Sat Chit Ananda. No somos ese yo mental que creemos ser al que estamos comparando constantemente con un ideal de cómo debiera ser. ¡Somos Sat Chit Ananda! Somos Amor, Inteligencia y Existencia pura y resplandeciente.

Como afirman muchos grandes sabios, nos convertimos en aquello que lo que prestamos atención. Una práctica espiritual profunda consiste, básicamente, en tomarse todos los días algo de tiempo para llevar nuestra atención al espíritu -entiéndase que Espiritu es desde el punto de vista experiencial exactamente lo mismo que silencio, presencia, consciencia, amor-, y de este modo nos convertimos en un reflejo cada vez más exacto de su naturaleza esencial.

No hace falta decir que es trabajo para toda la vida. Y no es que un día despertaremos y diremos “¡Al fin! Ya he llegado!”. Se trata de algo mucho más profundo y hermoso a la vez, el camino es la meta, no hay punto de llegada más que vivir el camino. Y vale la pena el esfuerzo, la práctica diaria hace que cada día tenga más valor y sentido vivirlo. La práctica espiritual es para vivir la vida, no para llegar a un paraíso que está más allá de este mundo.

Nuestro desarrollo, nuestro proceso de crecimiento no ha terminado, es decir, cuando fuimos infantes nuestros cinco sentidos aprendieron a filtrar la inmensidad cósmica resplandeciente para que nuestro vehículo corporal pudiera saber cómo moverse y actuar para sobrevivir y, ahora que somos adultos, tenemos la posibilidad de continuar desarrollando nuestra percepción y madurando nuestra alma para integrar estas dimensiones más profundas de la realidad. Nuestro cuerpo no sólo tiene una inteligencia perfecta para su autosubsistencia, también puede convertirse en un vehículo de Sat Chit Ananda. Siempre y cuando pongamos en marcha el proceso de despertar que tiene lugar cuando comenzamos a usar el ojo de la contemplación.

El problema no es el sistema senso-perceptivo, ni las etiquetas, ni los juicios: ¡Es que nuestro crecimiento sólo ha llegado hasta la mitad! Meditar suele ser un poco extraño ya que va, de muchos modos, en contra de la programación de nuestro cuerpo y mente, porque nos invita a permanecer por un tiempo haciendo algo que no tiene nada que ver con el impulso a sobrevivir.

Después de que el cuerpo configura los sentidos para sobrevivir, la mente comienza su proceso de configuración el cual atraviesa muchas etapas generando primero imágenes y etiquetas, luego símbolos, luego conceptos para finalmente lograr construir, entre otras muchas otras cosas, juicios.

Hay cierto punto en nuestro desarrollo, cuando no hemos comenzado el ascenso por los peldaños del desarrollo espiritual en que los juicios, las etiquetas y las imágenes mentales ayudan a que no percibamos Sat Chit Ananda. A este momento en el desarrollo podemos llamarle vivir identificados con nuestro Ego o nuestro yo mental. Pero este no es nuestro estado final ni la única forma en que podemos existir como humanos. La identificación con la mente y todo el sufrimiento que esto nos trae funciona de este modo sólo en cierto tramo de nuestro camino del desarrollo… ¡el tramo en que la mayoría de los seres humanos vivos en este momento del planeta estamos! Digamos que es sólo a mitad de camino en que la capacidad de crear imágenes, conceptos y juicios es capaz de crear tanto sufrimiento.

Por eso es que no se trata de eliminar o cambiar la programación que tenemos, sino que se trata de seguir más arriba en nuestro desarrollo. No se trata de borrar o cambiar al cuerpo y la mente, sino de avanzar en nuestro crecimiento hasta el punto en que mente y cuerpo funcionan en armonía con el espíritu.

Cuando estamos a mitad de camino, estamos tan absortos en la actividad de nuestra mente y su necesidad de supervivencia que vivimos en un estado de miedo crónico, el cual crea toda clase de formas de violencia. La mente atada al impulso por sobrevivir tiene una característica que la distingue: no puede mantenerse en silencio y no puede dejar de tener pensamientos aterradores ni dejar de comportarse de modo violento.

Esto es algo que no le pasa a otros animales -no porque tengan más desarrollo que nosotros, sino porque tienen menos desarrollo-, los seres humanos, cuando estamos a mitad de camino sufrimos de una suerte de hinchazón mental. Curiosamente nuestro proceso de desarrollo nos lleva a un punto en el que no podemos experimentar la realidad desnuda, el gran misterio, y vivimos en nuestras etiquetas e imágenes de la realidad, pero no en la realidad.

El mecanismo de supervivencia está activado de forma crónica. ¿Hay alguien por ahí que no se sienta ansioso? Para seguir creciendo necesitamos que este mecanismo se relaje hasta cierto punto para dejar espacio a otras percepciones más “reales” de la realidad, para que detenga su delirio lleno de historias espantosas, podamos quitarnos el velo y ver nuestro verdadero rostro y el de la realidad.


¡Despierta a tu naturaleza resplandeciente!

No hay nada de malo con que la mente y el cuerpo funcionen de este modo, es necesario, absolutamente necesario. El problema es que en algún punto de nuestro crecimiento este mecanismo acaba por convertirse en el amo y señor de nuestra realidad. La necesidad de supervivencia hace que estos mecanismos se vuelvan tan rígidos que no deja brechas a través de las cuáles podamos percibir Sat Chit Ananda. Este estado es el sufrimiento crónico, ese sufrimiento que no te mata pero que no permite florecer, impidiendo que despierte un potencial más profundo, que la semilla se convierta en árbol.

La verdad es que los seres humanos estamos diseñados para mucho más que sólo vivir enfocados en nuestra supervivencia. Es como si fuésemos una supercomputadora del año 3.500 que está siendo usada sólo para llevar las cuentas de las ventas y los gastos diarios. Vivimos muy por debajo de nuestras posibilidades reales.

La práctica de meditación interrumpe de forma sutil y respetuosa este mecanismo de supervivencia, desactiva el exceso de nuestro mecanismo de supervivencia. Cuando estamos practicando, aparece un juicio y decimos “Ah, esto es un juicio, no es la realidad”. Después nos damos cuenta de una etiqueta y decimos “Esto es una etiqueta, no es la realidad”. Luego, podemos ir más profundo y decir “bien, al prestar atención a mi cuerpo, no sólo lo puedo sentir, sino que también lo estoy imaginando, y la imagen que tengo de mi cuerpo, no es más que una etiqueta, no es como realmente es mi cuerpo, una imagen mental no es diferente a un pensamiento. De modo que iré más profundo y en lugar de imaginar mi cuerpo, solamente lo voy a sentir.” De este modo comenzamos a diferenciar la realidad de los juicios y las etiquetas y así, podemos ver o experimentar la realidad. A esto se le llama proceso de diferenciación y es un elemento fundamental para el crecimiento psicoespiritual. Si no reconozco mis etiquetas y mis juicios como etiquetas y juicios, entonces no puedo notar la diferencia que hay entre ellos y la realidad. Pero cuando puedo reconocer a un juicio y una etiqueta como lo que es, entonces puedo comenzar a prestar atención a otras cosas, en lugar de mirar a todas las cosas a través de los lentes del juicio y la etiqueta.

Podemos entonces, por ejemplo, diferenciar la imagen que tenemos de nuestro cuerpo físico de la percepción directa de éste: Cuando sentimos nuestro cuerpo con los ojos cerrados, con la información que nos entregan sólo nuestras sensaciones físicas sin confundir estas sensaciones con la imagen del cuerpo, es imposible saber si tenemos brazos o piernas. Las sensaciones no tienen forma, sólo las imágenes pueden hacernos creer que la sensación que tengo en un brazo tiene forma de brazo.

La primera vez que estuve en un retiro de diez días de vipassana -de la tradición de Goenka-, tuve mucho tiempo para observar la diferencia que hay entre la sensación del cuerpo y las imágenes que tenemos de él. Me dí cuenta que cuando llevaba mi atención a alguna parte de mi cuerpo sucedían dos cosas: Podía percibir la sensación que había en esa zona del cuerpo y al mismo tiempo aparecía en mi mente una imagen de esa zona. Por ejemplo, si llevaba la atención a mi mano, podía sentir su temperatura, el pulso de la sangre, y otras sensaciones más sutiles como vibraciones sobre mi piel y dentro de la mano, y al mismo tiempo, en mi mente aparecía una “fotografía” mental de la mano. Esto me permitía ubicar las sensaciones en mi mano. Es decir, la imagen mental se asociaba o se ligaba de modo muy espontáneo a la sensación que había en esa zona del cuerpo. Este tipo de asociaciones son las que el cerebro aprende a realizar en nuestros primeros años de vida.

Poco a poco, se comenzó a volver muy claro para mí que la imagen de mi mano en realidad no era lo mismo que las sensaciones de mi mano, sino sólo una imagen mental, es decir un pensamiento. Me pregunté, ¿qué pasaría entonces si comienzo a sentir las sensaciones de mi mano pero no las asocio más a la imagen? Descubrí que al hacer esto me era imposible darle forma a mis sensaciones. Lo que nos hace pensar que nuestras sensaciones tienen una forma es que están asociadas a imágenes. Pero cuando separamos la imagen de las sensaciones, el resultado es sorprendente, las sensaciones no tienen forma alguna. Y poco a poco comencé a experimentar TODO mi cuerpo como una sensación sin forma.

Más tarde descubrí que al separar las imágenes de la sensación física, ni siquiera podía estar seguro de tener un cuerpo, tampoco podía saber si mi cabeza estaba arriba o abajo de mis piernas, si algo estaba a la derecha o la izquierda, si una sensación era pesada, agradable, fría ni nada, porque todas estas categorías son pensamientos, conceptos o imágenes. Creemos que nuestras piernas están más abajo que nuestra cabeza, gracias a la imagen mental que tenemos de nuestro cuerpo y a que asociamos las sensaciones de cada parte del cuerpo a una parte del mapa mental que tenemos de él. Si cierras tus ojos y solo sientes las sensaciones, no hay nada en ellas que te dé la más mínima pista de localización, tamaño o forma. Y lo más sorprendente, cuando quitamos todas las imágenes de en medio, experimentamos que todo sucede en el mismo sitio, o en ninguno en absoluto, ya que toda localización no es más que una imagen mental. ¡El espacio y el tiempo son sólo conceptos e ideas! Otra forma de decirlo es que descubrimos que en realidad no existe sitio alguno, porque toda noción de localización es sólo una imagen y un concepto, una etiqueta.

Finalmente lo único que yo podía afirmar que había era algo vibrante, vivo, que no tenía forma, ni localización, ni altura, ni peso, nada, nada de nada. Lo que quedó no era más que energía pulsando. Obviamente, decir “energía pulsando”, es otra etiqueta o imagen mental -pero ya que estoy escribiendo un artículo para que lo leas y estoy obligado a usar palabras para intentar transmitir mi experiencia, elijo “energía pulsando”, aunque tampoco sirva, porque lo que yo estaba experimentando era la realidad desnuda y directa que está más allá de toda conceptualización-.

El asunto es que todo eso a lo que yo llamaba cuerpo y mundo, desapareció, y no había más que existencia (Sat), consciencia (Chit -yo estaba ahí siendo testigo de la existencia) y felicidad sin causa (Ananda, experimentaba un profundo estado de paz y felicidad, abolutamente delicioso). Cuando experimentas la realidad sin imágenes ni conceptos la percibes como una vibración que pulsa, y esta vibración es una onda luminosa que es ¡puro amor! (Nuevamente, recordemos que estoy usando palabras y que la experiencia no puede realmente ser descrita por el lenguaje, de modo que no caigas en la trampa de intentar percibir la realidad de este modo, eso sería como intentar percibir un concepto).

Nosotros no percibimos eso en nuestra vida cotidiana. Y es una gran desgracia, porque el universo es eso, es sólo amor. No nos levantamos en la mañana y decimos “¡Qué felicidad, es un nuevo día, sólo hay amor y felicidad para disfrutar sin fin!”. Más bien, despertamos y pensamos cosas como “otro día más, espero que no me pase nada malo, ¿como haré hoy para sortear todos los peligros y sobrevivir a mis propias emociones?, ¡qué difícil es mi vida!”.

Esto nos pasa porque estamos mirando y confundiendo la realidad con nuestras historias mentales, nuestros juicios y el software o programa que el cerebro utiliza para filtrar la percepción directa de la realidad desnuda y resplandeciente.

La buena noticia es que redescubrir la naturaleza esencial de la realidad es posible. Podemos dejar de mirar a través de las miles de capas de distorsiones que la mente y el cuerpo imponen a nuestra consciencia. Es posible redescubrir nuestra naturaleza esencial, Sat Chit Ananda, porque no es algo que está ahí fuera intentando ocultarse, es lo que tú eres. Está tan cerca de tí, más cerca que la punta de tu propia nariz y por eso no lo notas.

Si permaneces, aunque sea una fracción de segundo durante tu práctica de meditación diaria sintiendo tu respiración y observas el silencio suceder dentro de tí, todo tu destino comienza a transformarse… lo sepas o no, haz comenzado a recordar tu rostro original, un rostro que no tiene forma, color, edad ni localización, el rostro sin rostro del espíritu que está en todos los lugares y en ninguno simultáneamente creando todo el universo con un único y sólo propósito: Expresar Amor en todas las formas posibles.


Me gusta decir que el Espíritu es completamente irracional: No tiene otro motivo que expresar Amor que el Amor en sí mismo. Está loco, loco de amor. No es en la filosofía donde encontraremos el sentido de todo esto, sino en el corazón.


 

Si quieres vivir la experiencia y conocerla de primera mano, te invito a participar en mis cursos. Puedes buscar información en mi pagina web o escribirme a ideasquesanan@gmail.com

Normalmente estoy haciendo muchas cosas que no están publicadas en mi página web.

¡Nos vemos!



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3 Comments


Tomás he leido la primera parte y me hizo recordar un teatro terapéutico gestalt en el que estuve , donde justamente era tan interesante ver a una persona representado su situación problema y cuando otras tomabamos su lugar respondiamos de otras formas a la misma situación, para la persona del problema eran respuestas inimaginables y es que cada quien experientaba diferente e interpretaba diferente el mismo problema, ver esto a la persona le generaba unos profundos darse cuenta . Cuando comentas lo de "bueno" y "malo", me conecta con lo que en gestalt llamamos ajustes creativos , en verdad todo seta porque tiene que estar y para cumplir una función , para ayudarnos a transitar algo determinado, ejemplo: puedo ser…

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Aparentemente la vida y el vivir son muy complejas, cuando en esencia son simples. El universo es puro amor, es muy bella esta realidad que desconocemos casi por completo. Y ese puro amor está a mi alcance a través del silencio, es también simple, “teoricamente hablando”. En la experiencia, me cuesta dejar de escuchar a mi mente, que nunca se calla, sin embargo, a través de la meditación he sentido instantes de ese silencio e instantes de ese puro amor y es hermosísimo.

Gracias Tomás por procurar nuestra comprensión mediante tus palabras de lo que creemos que es versus lo que es. El texto que escribiste me ayuda a reflexionar sobre la raíz de mis sensaciones, siento que al empezar…

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Agradezco haberme sentido representada en todos los párrafos , ya que fui recorriendo meditación, tras meditación; en las cuales, fui descubriendo, mis juicios, mis tiranos, esas etiquetas que yo misma me autoimpongo, o cuanto me autoflagelo. Es verdad, que con unas cuantas meditaciones, la vida, no se tranforma al 100%. Pero sí es verdad, que cada dia, uno se va convirtiendo en otra persona, y la vida va cambiando de manera progresiva al trabajar en uno mismo de manera consciente y honesta. Comprender, que solo tengo el hoy para vivir, cambio la mirada a la vida, junto a las experiencias personales.Podria decir muchas cosas Sin embargo , quiero destacar que mi vida a cambi…



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