En todos estos años de trabajo como terapeuta he llegado a la inequívoca conclusión que las emociones NO se pueden controlar. Por supuesto que la mayoría de nosotros intentamos controlarlas y obtenemos resultados desastrosos de este modo.
¿Y cuáles son las consecuencias de intentar controlar las emociones? Tensiones crónicas en tu cuerpo, dolores, sufrimiento, dificultad para saber qué necesitamos y quienes somos, dificultad para empatizar con los demás, dificultad para, en síntesis… vivir bien.
¿Cuál sería la alternativa entonces?
Escuchar nuestras emociones. Pero ¿cómo se hace?
Hay dos niveles en las emociones, la experiencia “mental” y la parte corporal de ellas. La experiencia mental está llena de contenidos, ideas, historias, imágenes, sentimientos. Si bien es importante prestar atención a todos estos contenidos mentales, para poder escuchar a nuestras emociones necesitamos sentir en nuestro cuerpo la experiencia.
Las emociones son movimientos que el cuerpo necesita hacer. La palabra emoción quiere decir movimiento. Cuando en nuestro cuerpo identificamos el movimiento que cada emoción necesita, entonces podemos hacer lo que necesitamos y nuestras emociones, en lugar de ser controladas, se regulan y nos informan sobre nuestras necesidades.
Por ejemplo, la tristeza es una emoción poco comprendida. Es verdad que cuando sentimos tristeza con frecuencia tenemos ganas de llorar. Eso está bien hasta cierto punto. Muchas veces lloramos cuando tenemos tristeza porque estamos en el nivel mental de la emoción, es decir, lloramos debido a las historias, imágenes, recuerdos y pensamientos que están en este lado “mental” de la emoción. Sin embargo, si prestamos atención a la parte corporal de la experiencia y nos quedamos unos minutos sintiendo, en la mayoría de los casos, la tristeza en el cuerpo se siente como una necesidad de dejarse caer y derretirse sobre alguna superficie acogedora -que podrían ser los brazos de otra persona, un sillón, e incluso el suelo-. Cuando permitimos este movimiento que el cuerpo pide y necesita es cuando la tristeza realmente termina. Nos derretimos sobre esa superficie y nos sentimos sostenidos, nos sentimos consolados... y si nos permitimos derretirnos, el suelo es tan bueno como los brazos de mamá, no necesitamos siquiera que alguien haga nada por nosotros. Es ahí cuando la emoción termina de ser escuchada. Y cuando a alguien lo escuchan, entonces ya no necesita seguir diciendo lo que dice… es aquí cuando encontramos silencio y quedamos disponibles para estar presentes en nuestra vida en lugar de cargar tensiones innecesarias y desconocer la vida profunda de nuestro cuerpo-mente-espíritu.
Te dejo este video en donde puedes realizar una experiencia para comprender desde tu vivencia directa esto que acabo de explicar.
Tomás de la Fuente Terapeuta Gestáltico Músico #ideasquesanan, Creando Cultura Terapéutica y de Consciencia para la Humanidad
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